Ya a muy
temprana edad era un niño enganchado totalmente a una serie televisiva. El Agente de C.I.P.O.L. (pésima traducción española de The Man from U.N.C.L.E.) me
tenía robado el corazón. A mí y a mi primo Pere. Ambos nos desvivíamos por las
aventuras, un tanto surrealistas y en clave de comedia, de Napoleón Solo e
Illyia Kuryakin (interpretados, respectivamente, por Robert Vaughn y David
McCallum). Tan grande y desorbitada era nuestra pasión por ese par de agentes
secretos que, entre nuestros juegos, nos inventábamos historias electrizantes
que representábamos cada dos por tres de forma muy vivida. Mi primo, de cabello
rubio, era Kuryakin y yo, castaño y con barbilla prominente (como Vaughn) era Solo.
Y ahora, unos 50 años después de haber disfrutado con los hombres de C.I.P.O.L.
(o, mejor dicho, U.N.C.L.E.), llega el tarambana de Guy Ritchie con su particular (y más bien
desastrosa) revisión de la serie y, desde Operación U.N.C.L.E., se carga de un
plumazo todos mis recuerdos infantiles.
Ritchie
afronta la serie reinventándose a sus personajes. Es más, buscando los inicios
de sus dos protagonistas, se monta una trama en la que Napoleón Solo e Illyia
Kuryakin aún ni siquiera pertenecen a la organización U.N.C.L.E. Ambienta su
cosa (porque a esta cinta sólo puede tildársela de “cosa”) en los años 60, en
plena Guerra Fría. En este aspecto, al menos ha sido respetuoso con la serie,
cuya primera temporada data de 1964. A Napoleón le convierte en un agente de la
CIA y a Illyia en uno de la KGB. Ambos, tras haberse conocido de forma violenta
y acelerada en el Berlín dividido por el muro, habrán de trabajar conjuntamente
en una misión, en tierras europeas, para rescatar a un científico secuestrado
por una organización criminal dispuesta a hacer grandes tropelías a nivel
mundial. La hija del científico se convertirá en el señuelo que utilizarán los
dos espías para infiltrarse en la organización.
En su
desmesura visual habitual, Ritchie olvida que el principal cometido de la “cosa”,
es entretener, gastando todas sus energías en el envoltorio y en la perfecta
ambientación de una época. El contenido, en cambio, resulta de lo más vacío y
estúpido que uno se puede tirar en cara. Las escenas de acción (siempre
sincopadas, como es su estilo) están metidas a cuentagotas, mientras que sus
personajes se desmoronan por una falta tremenda de definición, insistiendo única y exclusivamente en
las divergencias que pueden surgir entre un norteamericano y un ruso de esos tiempos (o sea,
entre Solo y Kuryakin). Vaya: barato, barato, barato.
Sus chistes
son de lo más básico (y no para de colárnoslos a cada mínima ocasión),
mientras que la utilización de su banda sonora es de lo más patético y forzado:
una recopilación de temas musicales, de todo tipo, que no cuadran ni a tiros con
lo que sucede en pantalla y, entre los que se encuentran a faltar, una mínima
referencia sonora al excelente tema principal que compuso Lalo Schifrin en su
día para la serie televisiva. Ni ese detallito ha tenido para compensar el vergonzoso desmantelamiento del C.I.P.O.L. original. De juzgado de guardia.
Y ya, por si
fuera poco, ni siquiera ha tenido vista para elegir a unos actores adecuados
para representar a esos genuinos agentes secretos. Más que actores, ha echado
mano de unos actorcillos de tres al cuarto. Para el papel de Napoleón Solo ha
contado con Henry Cavill, ese desaborido Superman de El Hombre de Acero que
cada día recuerda más físicamente a Toni Cantó (ya es desgracia la suya, ya),
mientras que para el rol de Kuryakin lo ha hecho con Armie Hammer, un tipo que
de forma cantarina fuerza su acento inglés para parecer ruso y que acaba
convirtiendo al pobre de Illya en un espía descerebrado, impulsivo y forzudo. Qué pena, qué
pena… No suficiente con eso, les coloca de partenaire a Alicia Vikander para
dar vida a la hija del científico desaparecido, una chica tan rematadamente
sosa como sus dos compañeros de interpretación. De propina, para adornar y
darle un poco de solvencia a la “cosa”, aparecen un arrugadísimo Hugh Grant y el
cada día más en alza Jared Harris quien, como siga metiéndose en productos como
éste, acabará arruinando su carrera.
Voy a por mí
medicación. Es lo único que puede recuperarme de tan horrenda experiencia
cinematográfica. Caca de la vaca.
¡Viva el
C.I.P.O.L. original!
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