
Mitología griega de baratillo y un sinfín de cromas abrumadoras conforman
Immortals, el nuevo film de
Tarsem Singh, el hindú que en su día nos aburrió soberanamente con
La Celda y posteriormente sorprendió a propios y a extraños con la excelente
The Fall (El Sueño de Alexandria). Ahora le toca irritarnos con una serie B disfrazada de gran producto, con héroes mitológicos, batallitas y efectos especiales por un tubo.
La verdad es que la historia que propone no da para mucho: ni la historia ni el guión co-escrito por
Charley y
Vlas Parlapanides; una trama en la que
Teseo, un campesino que ha perdido la fe, será llamado por los Dioses para que termine con la furia del malévolo
rey Hiperion, un tipo que se ha propuesto destruir a la Humanidad tras enfurruñarse con las deidades del Olimpo. Lo dicho: poca cosa y, para más INRI, muy poco atractiva.

Como el material que tiene entre manos no promete demasiado, el
Tarsem Singh ha revestido los diálogos de su película (bastante ridículos, por cierto) de una profundidad tan pasmosa como falsa. Cada una de las frases que desgranan sus afectados protagonistas pretende ser de una solemnidad sin precedentes. No hay ni un solo enunciado que, en boca de sus intérpretes, no suene a rimbombante. Muchos parlamentos y muy poca acción… Y la poca que hay resulta de lo más patético, orquestando todas sus luchas mediante un montaje
video-clipero que tumba de espaldas.

Por no acertar, el hombre ni ha dado en el clavo con su desatinado
casting. Sus actores más jóvenes son de un almibarado tremendo: de ellos sólo cabe destacar la belleza indiscutible (que no la interpretación) de
Freida Pinto y poca cosa más. De vejestorios, aprovecha la profesionalidad de
John Hurt (quien tan sólo pasa por ahí) y el desmadre usual de
Mickey Rourke quien, dando vida al sanguinario
Hiperion, parece ser el único de todos ellos que se lo pasó en grande durante el rodaje.

Y todo ello sin citar su engorrosa estética, que resulta de una mezcla entre la también agobiante
300 y el más reciente
remake de
Furia de Titanes. O sea, cromas y más cromas, decorados de cartón piedra, efectos digitales a trapo y un vestuario que (sobre todo en el caso de los Dioses) parece robado de los camerinos de una de las revistas de
Colsada.

Un despropósito en donde el romanticismo de la (casi inexistente) aventura ha sido suplido por la pretenciosidad artificiosa de sus pomposos diálogos y de su engorroso
look visual. De haberlo visto un poco antes, a buen seguro hubiera figurado entre los
10 peores productos del 2011.
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