Los tiempos de El Último Escalón o El Efecto Dominó ya le quedan lejos a su realizador, un David Koepp en horas bajas que, en su último film, Mortdecai, lo único que ha hecho es prestar (bajo mínimos) sus conocimientos tras la cámara para contentar a un Johnny Depp ansioso por seguir alargando la histriónica figura del pirata Jack Sparrow en cada uno de sus nuevos films, ya sea dando vida al indio Tonto de El Llanero Solitario o, como en el caso que ahora nos ocupa, dando forma al aristócrata británico Charlie Mortdecai, un hombre al punto de la bancarrota que, debido a sus conocimientos como tratante de arte, deberá colaborar con un agente del MI6 para localizar un valioso cuadro robado de Goya en cuya parte posterior está grabado el código de una cuenta que alberga un tesoro nazi.
La cinta, basada en uno de los tres libros de la
trilogía setentera escrita por Kyril Bonfiglioli, no es más que una tontería supina, una
de esas astracanadas que bien podría haber realizado Blake Edwards en el
crepúsculo de su carrera ya que, en muchos momentos (demasiados), los gags que
inundan la cinta nos remiten directamente a los peores títulos de La Pantera Rosa. Pero, por muy patoso que sea, ni el personaje de Mortdecai tiene el
carisma de Jacques Clouseau ni Johnny Depp, en su empeño por seguir haciendo el
payaso, está a la altura de ese gran comediante que fue Peter Sellers.
Un quiero y no puedo que mezcla en su trama
personajes de todo tipo y condición. Espías internacionales, ladrones de arte,
aristócratas de capa caída, espías internacionales, ninfómanas, terroristas
rusos y mujeres de carácter fuerte, forman un cóctel pretendidamente ingenioso
que, en realidad, no conduce a ninguna parte. Bueno, sí, sólo a una: a
potenciar los delirios desmadrados de su protagonista principal.
Un chiste único y recurrente, siempre sobre el
mostacho de Mortdecai, así como la obsesión de éste por los bigotes de otros
hombres, marcan un producto que nunca se debería haber filmado. Por detrás, en
segundo plano, quedan sus numerosas referencias a otra saga multimillonaria, la
de James Bond, así como sus múltiples guiños a la comedia inglesa de todos los tiempos (por mucho que se
haya hecho desde el punto de vista norteamericano) y, de propina, esa extraña
relación de dependencia enfermiza y accidentada entre su principal protagonista
y esa especie de mayordomo y guardaespaldas que le sigue a todas partes, un
Paul Bettany que parece totalmente perdido en su papel; una relación que en
parte, y siguiendo con las forzadas semejanzas con la serie de La Pantera Rosa,
recuerdan a la simbiosis caótica establecida entre Clouseau y Cato, su
asistente oriental.
Y allí, a cierta distancia, dos pesos pesados que
dan la impresión de no saber a ciencia cierta qué coño pintan en el invento
orquestado a medias entre Koepp y el propio Depp (productor, asimismo, de la
cosa): Gwyneth Paltrow y Ewan McGregor, ella como Johanna, la esposa dominante
del amigo Mortdecai y él, haciendo gala de su faceta más sosa, encarnando a
Martland, ese espía del MI6 que, enamorado en secreto de Johanna, ha de
recurrir a los servicios del marido de ésta para recuperar el valioso cuadro
desaparecido. Y, de propina, con la aparición de Jeff Goldblum, otro actor de esos capaces de apuntarse a un bombardeo, en un visto y no visto de lo más
innecesario y metido en calzador para darle cierto prestigio a un film que ya ha
nacido estrellado.
Espero que no se atrevan con los dos restantes títulos de la trilogía de Bonfiglioli.
Hace tiempo que el Juanito Profundo ha profundizado en un histrionismo que resulta bastante cargante.
ResponderEliminarNo la he visto, pero ahora tengo una idea... ¡Saludos!
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