El Maestro del Agua significa el debut tras las
cámaras de Russell Crowe quien, al mismo tiempo, carga con el papel principal
de la película, el de un zahorí australiano que, cuatro años después de la
masacre de Gallipoli durante la primera guerra mundial y azuzado tras el
reciente suicidio de su esposa, decide viajar hasta Turquía para intentar
recuperar los cuerpos de sus tres hijos que, en su día, partieron hacia el
campo de batalla.
La ópera prima de Crowe está cargada de buenísimas intenciones. De hecho, la cinta apuesta más por el humanismo y el “buenismo”
que por la épica que podría desprenderse de su historia. Pero su fuerza termina
ahí: en sus buenas intenciones. Ni el ritmo es el apropiado (pues resulta
tremendamente aburrida) ni las situaciones que describe son del todo creíbles,
tal y como sucede con la forzada y pésimamente explicada relación que surge
entre ese padre de familia desesperado por encontrar a sus hijos y la guapísima dueña del
hotelito turco en donde se aloja.
Es innegable que El Maestro del Agua tiene un inicio
cautivador, interesante y bien filmado. Después, a medida que va
entrando en materia, empiezan a aparecer grandes vacíos de guión y, lo que es
peor y a pesar de estar basada en un caso verídico, hace bastante indigerible
la concomitancia (bastante alucinada) que se establece entre el padre obstinado
y el militar turco que estuvo al mando del ejército el día de la matanza, algo
similar a lo que ocurría entre el ex militar británico que interpretaba Colin
Firth en la infumable Un Largo Viaje con el soldado japonés que le había
torturado durante su captura.
Dejando a un lado las múltiples deficiencias
técnicas que denota su filmación, así como las cantarinas cromas que utiliza en
muchos momentos de su proyección, Russell Crowe cae en la malsana tentación de,
con su personaje, acaparar la mayor parte del protagonismo de la cinta ya que,
a duras penas, no hay una sola escena en la que no salga él devorando planos a tutiplén,
un defecto en el que caen muchos de los actores cuando deciden ponerse por
primera vez a ambos lados de la cámara.
Una película bienintencionada aunque
preocupantemente cansina, cuya mejor baza la juega con la presencia (¡siempre
de agradecer!) de Olga Kurylenko, una bellísima fémina que, en los últimos
tiempos, se la están rifando varios de los directores actuales. Lo que haga, da
igual; la cuestión es que, con su rostro y su cuerpo, siempre da esplendor a un producto.
Tocaría mirarlo a ver la película aunque por la bella Olga con su mirada seductora, valdría la pena intentarlo.
ResponderEliminares que este actor es insoportable.... y ahora como director bueno, no creo que cambie mucho la cosa...
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