Está claro que a Ridley Scott, aparte de flirtear con aliens y replicantes, le encanta adentrarse en las coordenadas del cine de época e intentar (con mayor o menor fortuna) ese punto de gran espectáculo que implica ese tipo de títulos. Hace ya más de una década que abrió su particular caja de Pandora con el sobrevalorado Gladiator, para seguir posteriormente con ese desaguisado histórico de altas proporciones que significó El Reino de los Cielos, probando después fortuna con la leyenda popular sobre el arquero Robin Hood y sin olvidar sus pinitos en este tipo de cine con la aburridísima 1492: La Conquista del Paraíso. Ahora se nos pone bíblico e insiste en el tema poniendo al día Los Diez Mandamientos a través de Exodus:Dioses y Reyes.
Por tratarse de una película en la que tendría que
primar el entretenimiento, se trata de una superproducción aburridísima. A la
cosa le cuesta muchísimo arrancar, perdiendo el tiempo demasiado en mostrar la
tensa relación que se crea entre Moisés y Ramsés, dos hermanastros criados en
el seno de Egipcio y que, tutelados por un faraón que desprecia todo lo que
huela a hebreo, acabarán enfrentados en un cruenta batalla. Moisés descubrirá
sus verdaderas raíces hebreas y se dejará inspirar por la voz de Dios, mientras
que Ramsés, convertido en faraón a la muerte de su progenitor, iniciará un
cruento acoso al que fuera su compañero de juegos infantiles y ahora
transformado en líder del pueblo judío.
Exodus parece no arrancar nunca. Su ritmo es lento,
lentísimo y, de vez en cuando (sólo de vez en cuando), esgrime mínimos esbozos del cine que demanda a
gritos este tipo de productos. Y lo hace a cuentagotas. Eso sí, de forma
muy espectacular y con un estupendo uso del 3D. En este aspecto, hay que
destacar la fuerza de algunos asombrosos planos que se acercan, con una
profundidad elegantísima, a esa especie de tsunami que significó la apertura
del Mar Negro. Pero lo triste es que sólo se queda en eso y nunca va más allá.
En momento alguno, logra acercarse a ese sentido de la aventura que demostraba
Cecil B. DeMille, en 1956, con sus magistrales Diez Mandamientos.
Ridley Scott se queda encallado en un montaje
encorsetado y en un sinfín de frases que pretenden ser antológicas y no son más que un puro desaguisado del que no sabe escapar, ni siquiera cuando tiene la oportunidad de animar un poco el cotarro con
la aparición de las esperadas plagas bíblicas, las cuales las resuelve de forma
anodina y en cuatro planos retocados informáticamente,
Y todo ello sin hablar de la pésima elección de un
casting que canta como una almeja. Resulta dificilísimo creerse a un impostado
Christian Bale en la piel de Moisés, mientras que Joel Edgerton, dando vida a
Ramsés, queda de lo más soso y deslucido. Un imposible John Turturro y una vista
y no vista Sigourney Weaver, acaban por completar su nada creíble cuadro
artístico, del que sólo puede salvarse el trabajo del casi siempre efectivo (aunque
aquí nada aprovechado) Ben Kingsley.
Mucho ruido y pocas nueces. Lo peor de todo es que,
de aquí unos cuantos años, la película de marras pasará a engrosar ese cansino
listado de títulos que engrosan la programación cinematográfica de la mayoría
de cadenas televisivas durante Semana Santa y Navidad. Tutatis nos pille
confesados.
Ridley Scott hace tiempo que debió retirarse a hacer calceta. He dicho.
ResponderEliminarP. D. Mañana me pego otra vez "Los diez mandamientos". O "El príncipe de Egipto". Lo que sea antes que esto.