El actor y director Don McKellar, con La Gran Seducción, rememora el espíritu coral de las viejas cintas de la casa Ealing
para narrarnos una simpática historia ambientada en una pequeña comunidad de
pescadores canadienses en paro cuya cabeza visible, un hombre dispuesto a
acabar con el desempleo que azota su aldea, trama una gran farsa con la complicidad de todos sus
vecinos para conseguir que un joven doctor, destinado “accidentalmente” a su
parroquia, se quede a vivir entre ellos, condición indispensable para que una
gran empresa petrolera monte en la zona una nueva fábrica destinada al
reciclaje de residuos petroquímicos, una ocasión de oro para que sus habitantes
vuelvan a tener empleo estable y dejen de cobrar el vergonzoso subsidio estatal.
Basada en una película también canadiense y de idéntico
título (La Grande Séduction) del año 2003, la versión que ahora nos ocupa no está
muy alejada de las intenciones de un clásico como Los Apuros de un PequeñoTren, mostrandose McKellar totalmente hábil en la descripción de sus personajes
principales, empezando por el interpretado por el cada vez más inmenso (en todos
los aspectos) Brendan Gleeson y terminando por el dibujo que hace de sus
vecinos y, ante todo, del médico recién llegado (un efectivo Taylor Kitsch).
Comedia agradable, sin pretensiones y con una buena
carga de crítica social y política, que sin embargo se queda un poco coja a la
hora de arremeter contra el atentado ecológico que significa la implantación de
una planta petrolífera en una franja tan verde y pura como la que nos presenta
el film, detalle que tan sólo queda apuntado brevemente a través del personaje
de la joven tendera de la localidad. Una incorrección política en contra de los
ecologistas a la que hay que sumar la del soborno económico propuesto por la
petrolera para instalar su empresa entre ellos. Pero es que el precio a pagar
para conseguir un lugar de trabajo a veces resulta extremadamente caro.
Sencilla y enormemente divertida, lo mejor de la
propuesta radica en todas las falsas escenografías que montan Gleeson y sus
coleguillas para lograr que el atolondrado médico se sienta cómodo entre sus
nuevos convecinos. Una sarta de engaños y mentiras destinados a conseguir un fin común y que
tendrá su punto culminante y graciosísimo durante la visita de un grupo de
representantes de la multinacional a la pequeña aldea; un hilarante momento coral
que, en parte, recuerda a las locuras cinematográficas que organizaba el gran
Luis G. Berlanga.