La jornada del 7 día empezó con la proyección de Relatos Salvajes, film argentino (estrenado ayer mismo en España) que, producido por El
Deseo (la productora de los Almodóvar Bros.) y dirigido por Damián Szifron, nos
muestra, a través de seis episodios sin desperdicio alguno, lo que puede llegar
a hacer la persona humana cuando es sometida a una situación límite, cuando cae
la gota que colma el vaso, vaya. Dramática, trágica, cínica y, ante todo, negrísimamente
divertida. Grandes actores como Grandinetti, Sbaraglia o Darín, entre otros,
dan soporte a una cinta milimétricamente calculada: desde su magistral prólogo a
bordo de un avión hasta el capítulo final centrado en la celebración de una
boda. No hay ningún episodio que destaque por encima de los otros, todos tienen
el mismo nivel de calidad y demuestran que, en tan sólo cuatro trazos de guión,
Szifron tiene más que suficiente para definir a la perfección a todos sus
personajes y las circunstancias que les llevarán a su irremediable explosión de
furia. Dos horas que pasan volando y que, a mi gusto, sólo tiene una pega:
me quedé con ganas de dos o tres episodios más. Redonda. Como diría Carlos
Pumares en su época de gran esplender radiofónico: “para ver en reclinatorio”. No se la pierdan. De lo mejor del festival y de la temporada cinematográfica.
Después de disfrutar de lo lindo con Relatos
Salvajes, tocó enfrentarse con la tediosa y soporífera Over Your Dead Body, un
Takashi Miike que, para la ocasión, se ha decantado por la vertiente
insoportablemente fantasmagórica de su carrera como cineasta. Aquí, escudándose
en la adaptación de la obra teatral kabuki de fantasmas de 1825, Yotsuya Kaidan, juega a dos niveles narrativos: por una parte, filma la representación
de la obra directamente sobre un escenario y, por la otra, se inmiscuye en la
vida real de los actores que la representan, plasmando al mismo tiempo cuantos
paralelismos sean necesarios entre la realidad y la ficción. Un peñazo de padre
y muy señor mío. Difícil de digerir y totalmente previsible. La inserción repetitiva
de unos planos muy concretos a lo largo de su metraje, hacen que uno pueda adivinar
su final con muchísima anticipación. ¿De dónde habrá obtenido tanto prestigio el pelmazo del
Miike?
Antes de comer tocó visionar El Ardor, una medianía
producida y protagonizada por Gael García Bernal y dirigida por Pablo Fendrick
que nos sitúa en plena selva tropical de Misiones (Argentina), en donde un
grupo de violentos mercenarios se dedica a arrasar las propiedades de los demás, hasta que llega al lugar un personaje misterioso, surgido del río, que ayudará en su venganza a una
de las víctimas de la cuadrilla, una joven que ha sido secuestrada tras ver
morir asesinado a su padre (una Alice Braga que, por fin, empieza a demostrar
sus buenas cualidades como actriz). Dotada de un mínimo aire fantástico que
entronca directamente con una leyenda de la región, la cinta avanza a ritmo
lentísimo para desembocar en un final deudor del estilo más ralentizado (y con
primerísimos primeros planos incluidos) del maestro Sergio Leone. Las buenas
intenciones que denota el film no son suficientes para superar sus deficiencias
narrativas y argumentales. Menos da una piedra.
Por la tarde aterrizó en el Auditorio del Meliá
Antonio Banderas quien, en calidad de productor y actor, presentó su nuevo
film, Autómata. Dirigido por Gabe Ibáñez (el mismo de Hierro), nos narra una
historia (pésimamente explicada) enmarcada en un desolado mundo futuro en donde
un agente de seguros investiga el asesinato de un robot. Dotado de un look
visual inicial robado directamente de Blade Runner, la cosa cambia de aspecto
(para ir a peor) cuando sus protagonistas salen de la ciudad para adentrarse en
un desierto colapsado por los altos niveles de radiación. Antonio
Banderas ofrece una de sus peores interpretaciones en años (comparable a la
de su insoportable papel en Los Mercenarios 3), mientras que gente como Melanie
Griffith (¡por Tutatis, lo que fue de la Dolores!), Dylan McDermott o Robert Forster pululan
entre autómatas como verdaderos zombis. Y lo peor es que el amigo Gabe Ibáñez,
en su oferta, denota pretensiones de autor. Un despropósito al que no hay por
donde pillarlo. Caca de la vaca.
Por la noche le llegó el turno a Filth, curioso
producto escocés que, dirigido por Jon S. Baird y protagonizado por un
brillante James McAvoy, se adentra en el autodestructivo retrato de Bruce
Robertson, un policía que ostenta todo tipo de perversiones: cocainómano,
alcohólico, putero, trepa y corrupto. Basada en una novela de Irvine Welsh (el
mismo de la vitriólica Trainspotting), la cinta se inicia como una comedia tremendamente
pasada de rosca para dar paso, en su parte final, a un melodrama teñido de tintes trágicos. A primera vista, puede resultar un film difícil, de esos que hay que
digerirlos durante varias horas para apreciarlo en su totalidad; una digestión
a la que, sin lugar a dudas, ayuda su compleja y acelerada estructura narrativa
y, ante todo, el buen hacer de gente como Jamie Bell o el imparable Eddie
Marsan. Un título transgresor al que hay que acercarse con ciertas
precauciones. Luego, una vez metido en él, es cuestión de dejarse cautivar por
su locura tragicómica.
El fin de la jornada lo puso la sección Seven
Chances con la recuperación de la copia restaurada y en óptimas condiciones de
Despertar en el Infierno (Wake in Fright), film australiano de 1971 que,
dirigido por Ted Kotcheff, marcaba un tanto las pautas de lo que sería posteriormente
la filmografía de ese país. Un melodrama como la copa de un pino que plasma, a
la perfección, la degradación de un ser humano hasta límites insospechados. Lo
que en un principio tenían que ser unas plácidas vacaciones navideñas en Sidney
para un profesor de escuela de un pequeño y polvoriento poblado del desierto
australiano, se convertirán en un descenso a los infiernos cuando haga un alto
en el camino en la ciudad minera de Bundanyabba. Litros ingentes de
cerveza, ludopatía, ninfomanía, salvajismo, violaciones y de propina, entre
otras perversiones, una inquietante y terrorífica matanza nocturna de canguros (para poner los pelos de punta).
Aterrador y sobrio; un título que, con el paso de los años, se ha ganado a
pulso el merecido calificativo de película de culto. Y con el aliciente de
contar, entre sus actores, con el gran Donald Pleasence en un papel de lo más
desagradable.
En el próximo post, más películas festivaleras.
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