El miércoles 8 de octubre, sexto día del festival,
el maratón cinematográfico se inició con un sólido thriller francés, La French.
Dirigido por Cédric Jimenez, ambientado en la Marsella de los años 70 y basado
en un caso verídico, narra la obsesión de un magistrado por desmantelar los
cimientos de la llamada French Connection, la organización mafiosa que desde Europa proveía
a los EE.UU. de heroína. Violenta, concisa y perfectamente contada, la cinta
bebe directamente del cine de gente como Melville, al tiempo que posee
reminiscencias del Heat de Michael Mann, justo en la plasmación de la tensa
aunque distante relación que se establece entre el juez y el capo de la mafia
local. A destacar su nervio narrativo, la complejidad de un guión perfectamente
escrito y alguna que otra sorpresa contundente muy poco habitual en este tipo de
productos, así como la magnífica interpretación de un Jean Dujardin en plena forma
que parecía no encontrar el papel adecuado desde su oscarizada actuación en The Artist, sin
olvidar por ello el consistente trabajo de Gilles Lellouche, su enemigo en
pantalla, un gángster con cierto tufillo al de los personajes malvados del
mejor Robert de Niro. Una joyita a tener en cuenta.
A continuación, el terror palomitero y efectista
inundó el Auditorio del Meliá con Annabelle, cinta estrenada el pasado fin de
semana en España. Era inevitable que tras el éxito comercial y crítico de un
film como Expediente Warren llegara una secuela en forma de precuela ya que
esta cinta, producida por el propio James Wan aunque realizada por el más
lineal John Leonetti, cuenta los antecedentes de la muñeca diabólica (la
Annabelle del título) que abría la película original de Wan. A tener en cuenta
su bien estructura primera media hora, cargada de tensión y con varios sustos a considerar. Luego, la cosa deriva hacia derroteros más tópicos y menos
arriesgados, hasta llegar a su truculenta y en absoluto pulida apoteosis final.
Un film entretenido aunque irregular, que no fue muy bien recibido ni por el
público ni por el grueso de la crítica. A mí, personalmente, no me llegó a molestar tanto como a otros. He visto cosas peores de género pero, a pesar de sus falsas artimañas
argumentales, no me aburrió en ningún momento. A pesar de ello, no
cambio al pequeño Chucky por esta Annabelle.
Luego le llegó el turno a The Double, una extraña
película británica de Richard Ayoade quien, adaptando a su manera una novela de
Dostoievski y amparándose en los tics y el look visual del Brazil de Terry Gilliam,
nos narra la historia de un gris, timorato y solitario empleado de una gran
empresa que, enamorado en secreto de una vecina y al mismo tiempo compañera de
trabajo, descubrirá estupefacto la existencia de un tipo físicamente calcado a
él que ha sido contratado en su misma corporación, aunque éste se caracteriza por
tener un carácter totalmente distinto al suyo: desenvuelto, descarado y
totalmente competente. El film navega entre la comedia y el melodrama surrealista,
aunque peca de no saber ocultar su falta de presupuesto y de perder fuerza en
su previsible última media hora de proyección. Un trabajo cargado de buenas
intenciones que no hubiera sido lo mismo sin la presencia de un genial Jesse
Eisenberg (cargando con dos papeles distintos) y de la todoterreno Mia Wasikowska.
Mucho peor fue Asmodexia, el estreno catalán de la
jornada, una ópera prima de Marc Carreté a la que francamente no hay por donde
pillarla. Mal interpretada, mal dirigida y peor interpretada, la cinta se
adentra, de forma pésima, en la lucha que un pastor y su nieta mantienen con una
especia de secta satánica en los alrededores industriales de una Barcelona
sucia y contaminada. Seres poseídos de tres al cuarto, partos diabólicos que
son todo un canto a la mercromina y algún que otro giro de guión que pretende
resultar sorprendente, inundan una proyección soporífera y difícil de entender
por culpa de un guión patético. Era tanta la somnolencia que me provocó que decidí
escapar de la sala y dedicarme a otros menesteres más edificantes. Hacía tiempo
que no veía a una caterva de actores tan malos en una misma película. De
juzgado de guardia.
La cinta belga The Treatment, a pesar de sus latentes
irregularidades, compensó con creces la pesadilla de Asmodexia. Dirigida por
Hans Herbots, tiene a su favor una primera parte impactante y prometedora que,
bebiendo directamente del estilo narrativo y visual de Seven, presenta al
espectador la existencia de un pederasta que ha puesto en pie de guerra al departamento
de policía tras secuestrar y asesinar a un niño no sin antes haber torturado a
su padres durante todo un fin de semana. De factura impecable, el film peca de un
excesivo metraje (sobrepasa las dos horas de proyección) y de complicar en
demasía su laberíntico guión, el cual alterna, en su exposición, la
investigación del caso y la introspección del detective encargado del mismo
hacía un hecho del pasado que marcó su personalidad. Puliendo asperezas, podría
haber sido un producto redondo de estimulante buen rollito.
Aux Yeux des Vivants significa el retorno al
festival de Sitges de la pareja de realizadores franceses compuesta por Julien
Maury y Alexandre Bustillo, artífices de títulos tan vitriólicos y violentos
como À l’Intérieur y Livide. Ahora, en su nueva propuesta, han suavizado su
estilo y han abierto puertas a un público más estándar. De hecho, Aux Yeux des
Vivants es una especie de Goonies pero a la bruto, sin demasiadas concesiones a la taquilla y con una esmerada y angustiosa media hora final, en
donde los sustos y la sangre campan a su libre albedrío. Irreprochable en su
cuidada filmación, narra las aventuras de un grupo de chavales que, en una de
sus correrías por los bosques cercanos a su pueblo, se adentrarán en un
estudio de cine abandonado en donde habita un ser maligno y sediento de sangre.
Un entretenimiento malévolo en toda regla.
El remate a la jornada lo puso, ya en sesión golfa, R100,
un peñazo surrealista de muchísimo cuidado que llegó de la mano de uno de los
inaguantables del cine nipón actual, Hitoshi Matsumoto quien, en esta ocasión,
ha querido experimentar con los efectos del 3D para narrar una alucinada historia
en la que un tipo gris, tras hacerse miembro de un misterioso club
sadomasoquista, se verá asediado posteriormente y en los lugares más inesperados
por dominatrixs de todo tipo y condición, incluida una mujer inmensa cuya
especialidad son los escupitajos gigantescos. Lo que en un principio podría
tener su gracia, se convierte en un desvarío inacabable y sin sentido en el que
acaban mezclándose espías motorizados, secuestradores y escuadrones de la muerte formados por mujeres enfundadas
en trajes de cuero. Una tomadura de pelo ideal para ir a la cama a dormir bien calentito.
Continuará...
Vea usted esta noticia sobre Annabell, don Spa. No tiene desperdicio!!
ResponderEliminarhttp://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/15/actualidad/1413386827_690177.html
¿no pasó lo mismo allá en Sitges?
Que va... El público de Sitges cada año que pasa está más calmado. Con lo bonito que era cuando el público abucheaba según que cosas y hacía jolgorio en las salas... De eso hace ya muchooooos años, pardiez.
ResponderEliminarEstamos anestesiados. Somos una sociedad de zombis.
ResponderEliminar¡Es usted un rancio, y un Pumares!
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