
Nashville queda ya en el recuerdo, al igual que la acidez de M.A.S.H. o Un Día de Boda, dos trabajos estos que, en parte, marcaron las directrices de su carrera. Las historias corales le fascinaban y, con ellas y matizándolas, casi inventó un nuevo género -imitado a posteriori por jóvenes directores-, en el que añadió el cruce de varias historias y personajes distintos a su habitual toque coral. The Player (pésimamente traducida en España como El Juego de Hollywood) y Vidas Cruzadas son los mejores ejemplo; dos obras maestras en las que el realizador volcó toda la sabiduría cosechada durante una vida entera dedicada al cine; dos cintas vitriólicas y de regusto amargo, capaces de mostrar la miseria del ser humano sin ningún tipo de tapujos.

Gosford Park fue su última gran película; una película en la que, ese americano nato de Kansas City, fue capaz de diseccionar a la aristocracia británica mejor que los propios ingleses.
Robert Altman: ¡Salud, buen hombre!. Y descanse en paz, que nosotros seguiremos recordándole a través de su cine.
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