
No creía que
El Asombroso Mundo de Borjamari y Pocholo fuera tan espantosa como había oído en la época en que se estrenó. Pensaba que se trataría de un producto irregular, uno más de esos en los que la
estrellita Segura y su séquito de
amiguitos corretean a su aire con la única intención de destrozar todo cuanto caiga en sus manos. Como los
Torrente, pero en versión
pijerío pepista.

La otra tarde la vi enterita. Estaba equivocado. ¡Cuanta razón tenían esos sabios que, en su día dijeron pestes de tamaño engendro! Ni irregular, ni pasable, ni divertida; sencillamente una tortura. Como diría el mismo
Borjamari -el enervante personaje interpretado por
Santiago Segura- ,
“osséa, esta peli es una supercagarruta”.
Producida, entre otros, por el propio
Segura, resulta aberrante que un despropósito tan gigantesco como éste... ¡tenga a dos directores tras la cámara! La palabra director, ante tal felonía, es mucho decir... aunque siempre pueden excusarles alegando que se trata de su debut como realizadores. De todos modos, para no caer en un futuro en otra de sus artimañas cinematográficas, apunten bien sus nombres:
Juan Cavestany y
Enrique López Lavigne. El primero, como guionista, ya tiene un antecedente penal alarmante: haber escrito
Guerreros, esos patéticos
madelmans bollicaos del
Calparsoro. El segundo, como productor, tiene en su haber también
Guerreros, el
Mortadelo y Filemón y
Lucía y el Sexo, entre otras: todo un prodigio que, por carambola, puso pasta para
Intacto. Hay cosas que a veces no acaban de entenderse. Lo que sí está claro es que Dios los cría y ellos se juntan.
El Asombroso Mundo de Borjamari y Pocholo es, exactamente, lo que promete el título: un viaje por el ridículo universo que se han creado
Borjamari y
Pocholo, dos hermanos ya mayorcitos, de buena familia, que aún viven anclados en la fiebre pijotera de los años 80. Lucen el cocodrilo y el caballo en sus jerséis, les encanta ir a esquiar y, como antaño, quieren seguir siendo los reyes de la discoteca.
Mecano es su grupo preferido y, por ellos, serían capaces de lo más impensable.

La película no es más que un sinfín de chistes baratos y penosos, a cual peor. No hay guión alguno que ampare tanta desdicha. Explota, sin gracia alguna, los tics y manías del pijerío madrileño de la época. El esquí, las motos y la carrera universitaria de Derecho son sus principales objetivos. Si a todo ello le sumamos los debates que sostienen los dos hermanitos de marras sobre
Mecano y, por defecto, la influencia de éstos en el mundo de la música, ya está todo dicho.
La vacuidad de su historia no es nada comparada con la desfachatez de
Santiago Segura y su comparsa,
Javier Gutiérrez:
Borjamari y
Pocholo, respectivamente. Ambos están inaguantables.
“Osséa, superpesaditos”. Tanto el uno como el otro, en lugar de niños bien, se asemejan a un par de mariconas envejecidas y desmadradas en busca de aventuras excitantes. Un par de interpretaciones cargantes que, por desgracia, no se quedan solas: a la irritante presencia de
Guillermo Toledo (este chico va de mal en peor) y la sosería innata de
Pilar Castro, añádanle el innecesario e inevitable desfile de
amiguitos ante la cámara, tal y como ocurre en todos los productos por los que pulula el artífice de
Torrente. Y digo innecesario porque lo hemos visto en tantas ocasiones que ya empieza a cansar y a no sorprender en absoluto. ¿Sería posible un poco más de imaginación en estos films?

Tras esta inmensa gilipollada, propongo que
Santiago Segura regrese a sus orígenes. Estaba mejor como concursante en programas televisivos de tres al cuarto. Al menos, no incordiaba tanto. Ahora ya empieza a tener la gracia en el culo (con perdón)... ¿Saben que la escena más ingeniosa de la película es cuando
Borjamari, a través de un agujero, coloca su pene en un bolsillo de sus pantalones y consigue engañar a algunas chicas para que le metan mano en busca de un billete para tomar una copa?
Me voy a tomar mi medicación.
Adolece esta síntesis de sentido.
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