El domingo 8 de octubre, el Auditorio se despertó
con el ritmo trepidante de Bushwick, un film norteamericano que, dirigido al
alimón por Cary Murnion y Jonathan Milott, nos propone una acelerada historia,
llena de contundentes planos secuencia, en donde una joven, tras bajarse del
metro en el barrio de Bushwick de Nueva York, se verá envuelta en una violenta
odisea al descubrir, atemorizada, que las calles se han llenado de hombres
uniformados y armados que disparan a matar a todo aquel que se ponga en su punto
de mira. Un film tenso, entretenido y violento que logra mantener la atención
del espectador durante una buena parte de su proyección, justo hasta el momento
en que la cinta desvela el porqué de esa matanza callejera; un bajón que, sin
embargo, no le resta interés a un producto que se mueve entre el vibrante estilo
de los vídeo-juegos más sanguinarios y el espíritu de supervivencia,
apoyándose, en todo momento, en el buen hacer de Brittany Snow, su protagonista
femenina, y Dave Bautista, su partenaire masculino, esa mole inmensa que en
Guardianes de la Galaxia da vida al gigantón Drax. Un entretenimiento sin más.
Darkland, thriller danés dirigido por el checo Fenar
Ahmad, es un compacto y visceral trabajo que retoma por enésima vez el
imperecedero tema de la venganza. Ambientada en la ciudad de Copenhague, nos
muestra como un reputado cirujano iraquí, tras el asesinato de su hermano menor
en manos de una banda, movido por el sentimiento de culpabilidad de no haberse
encargado más de éste, decide tomarse la justicia por su mano. Un justiciero
urbano a las antípodas de los que interpretó habitualmente Charles Bronson ya
que, en este caso, el dibujo de sus personajes principales es mucho más
profundo, sus escenas violentas (que de haberlas, haylas, y en cantidad) más
explícitas y, de pasada, ahondando un tanto en la problemática de los guetos de
inmigrantes en nuestra sociedad actual. Correcto e interesante. Por cierto, me
gustaría resaltar el parecido físico de su principal protagonista masculino, Dar
Salin, con Vin Diesel: tomen nota los yanquis para un posible remake.
La jornada la terminé con una de las mayores
tomaduras de pelo del certamen, A Ghost Story, otra paja mental más que, en
este caso, intenta ofrecer una nueva visión del cine sobre fantasmas; una perspectiva
pedantilla y ridícula al mismo tiempo, ya que su espectro (como si de un cuento
infantil se tratara) se pasa todo el metraje pululando como una ánima en pena
cubierto por una sábana con un par de agujeros en los ojos. Tal cual. Protagonizada
por Casey Affleck (el fantasmita de marras) y Rooney Mara (la viudita afligida),
y dirigida por David Lowery (el de la última adaptación de Peter y el Dragón),
la cinta, cargada de metáforas y estúpidas segunda lecturas, es aburrida y
lenta hasta extremos insospechados; tanto es así que, durante casi cuatro
largos minutos, podemos asistir, por ejemplo, a una escena, de plano fijo, en
la que Rooney Mara, apesadumbrada y sentada en el suelo de su cocina, se zampa
una inmensa tarta a desgana mientras es observada, a lo lejos, por la triste
figura del fantasma enfundado en la sábana; sábana que, por cierto, a lo largo
de su proyección y queriéndole otorgar cierto toque de veracidad a la cosa
(¡alucina, Mari Pili!), se va ensuciando con el paso del tiempo. Ver para
creer. Aún no sé qué narices nos ha querido contar el tal Lowery con tal
disfunción cinematográfica.
En el próximo post un poco más de este Sitges 2017.
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