La cinta narra una historia protagonizada por uno de
esos justicieros urbanos que tanta fama le dieron a Charles Bronson. En este
caso, el Bronson de turno es el amigo Washington, Robert McCall en el film, un
tipo solitario, metódico e insomne que, en su retiro cuasi espartano, intenta
dejar en el olvido un pasado un tanto tenebroso; un pasado que volverá a asumir
cuando, en defensa de una joven prostituta maltratada por los esbirros de una
red mafiosa moscovita, vuelve a usar sus métodos expeditivos para impartir
justicia.
Un punto de partida un tanto fachenda que, a pesar
de la tranquilidad y lentitud con la que se aproxima al personaje, atrapa al
espectador en una trama llena de pasajes de lo más virulento que son capaces de
contrastar con la parsimonia exquisita con la que se desenvuelve el tal McCall;
parsimonia que, por otra parte, es un claro reflejo del modo de afrontar la
nueva vida que se ha propuesto esa especie de ermitaño resolutivo que,
prácticamente sin la ayuda de nadie y siguiendo los adoctrinamientos de MacGyver,
se transforma en un destructivo ejército letal cuando se le encabrona.
La nueva propuesta de Fuqua está más cercana a los
productos que el desaparecido Tony Scott orquestaba para Denzel Washington que
a las intenciones y a la estética de la antes citada Training Day, dejando
rienda suelta al actor para que, a pesar de sus años (que no le pasan en balde),
encarne a la perfección a un héroe de acción atípico, reflexivo y devorador
compulsivo, en su silenciosa soledad, de literatura clásica (Quijote incluido,
en clara referencia a su quijotesco personaje).
Es tanta la devoción que el director afroamericano
demuestra por su actor principal que, en su fervor, se olvida de darles más
presencia a nombres como los de Bill Pullman, Melissa Leo o Chloë Grace Moretz
y deja que incluso David Harbour se desmadre a sus anchas interpretando al malo
maloso de la película.
Un entretenimiento en estado puro que peca, sin
embargo, de un excesivo metraje (dos horas y cuarto de proyección) y de alguna
que otra laguna en su guión. Pero todo es perdonable, incluido ese tono
fascistoide que acompaña habitualmente a cuantos justicieros urbanos nos ha
brindado el Séptimo Arte.
Bien entretenida la peli, me moló cómo hacía las escenas de acción, sobre todo la primera en el despacho del ruso. Aunque el giro argumental a media película cuando descubre su pasado me pareció un pelín forzado.
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