
Silent Hill no es una película de miedo al uso. Silent Hill es un film que, en ciertos momentos, rompe reglas establecidas. Un film capaz de jugar, al mismo tiempo, con su tenebrosa estética visual y un cierto toque delirante y absurdo para conseguir el horror más escalofriante, sin que para ello tenga que chirriar nada en su propuesta. En él se mezclan todos los fantasmas y terrores que, en más de una ocasión, nos han roto el plácido sueño nocturno. Y se mezclan, un tanto, sin orden ni concierto, tal y como ocurre en nuestras peores pesadillas. Una de esas pesadillas en que saltamos de un escenario a otro y que consiguen, incluso, paralizarnos las piernas en el momento en que más las necesitamos. La angustia está servida. Y en bandeja de plata.



Tómenla como una pesadilla espeluznante o como una viaje alucinante logrado con la ayuda de un tripi. Sea como sea, se trata de una película extraña pero altamente absorbente. Sus imágenes son diabólicas y espeluznantes. El surrealismo y el horror, bien agitados, pueden resultar escalofriantes. La lógica no vale. Y la prueba de ello es que, cuando Gans y Avary intentan dar una mínima explicación de todo cuanto acontece en Silent Hill, la película baja un poco su interés. Pero sólo un poco. Rápido saben retomar el camino más lovecrafiano y volver a sumergir al espectador en ese mal sueño del que resulta muy difícil poder despertar.
La vida y la muerte. La muerte y la vida. Ambas cogidas de la mano. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Dónde está la frontera? Silent Hill es contundente y oscura; muy oscura. Es un acelerado descenso al infierno, tal y como demuestra la escena en la que la aturdida Sharon (una excelente Radha Mitchell, la Melinda de Woody Allen), dispuesta a dar con el paradero de su hija perdida en medio de la tenebrosa aldea, monta en un abigarrado ascensor con la terrible decisión de bajar hasta ese recóndito lugar que nuestra propia mente jamás querría llegar a conocer.

Y, para los que se atrevan a entrar en Silent Hill, les propongo un pequeño juego. El primero que adivine en la piel de que personaje se esconde la belleza de Deborah Kara Unger, obtendrá un valioso Gallifante por su sagacidad visual. Les avanzo que a mí me costó más de media película dar con el paradero de la Kara. Seguramente estaré perdiendo facultades.
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