Por la mañana, a primera hora, pude disfrutar de Brimstone,
una de las mejores películas del Festival y que, precisamente estos días, se
puede también disfrutar a través de algunas plataformas de televisión y de su
reciente edición en DVD y Blu Ray. La cinta, dirigida por el danés Martin
Koolhove, es un western sobrio y duro, totalmente compacto y en el que
sobresalen una maravillosa Dakota Fanning y un soberbio Guy Pearce, dando vida,
este último, a un reverendo satánico y extremadamente hijo de puta. Narrada en
cuatro capítulos desordenados temporalmente de forma expresa, Brimstone nos
acerca al infierno que vive una mujer muda por culpa de la existencia de un
sacerdote malévolo y vengativo. 148 minutos sin desperdicio alguno: cada nueva
escena ofrece alguna pista para entender mejor el calvario de Liz, el principal
personaje femenino de la excelente propuesta. A tener muy en cuenta, ante todo,
el segundo acto, aquel que transcurre casi en su integridad en el
prostíbulo de un pequeño pueblecito del Oeste. Canela en rama.
La segunda de la mañana ya fue otra cosa: un rollo
tremendo, vaya. Se trataba de Marlina the Murderer in Four Acts, un film
indonesio con cierto toque de western polvoriento que, dirigido por Mouly Surya y de manera altamente absurda, nos
propone una extrañísima (y aburrida) historia de venganza en manos de una mujer
que, tras enviudar, es violada por un grupo de hombres que a continuación
también le roban las reses de su propiedad. Momentos de alto surrealismo (o,
mejor dicho, de pedantería supina) al servicio de un largometraje que provocó varias
fugas en el auditorio del Hotel Meliá. Escenas plagadas de un silencio
absoluto, decapitados tocando una mandolina y un interminable viaje en un
autobús destartalado, así como un caprichoso (y sin sentido) guiño al Quiero la Cabeza de Alfredo García de Peckinpah, son algunos de los ingredientes que
sumieron a la platea en la modorra total. Personalmente, conseguí oír varios
ronquidos en la sala. Y, como otros muchos, también emprendí la huida antes de
quedarme totalmente sobado.
Más interesante fue My Friend Dahmer, la película de
Marc Meyers que, basada en el cómic de Derf Backderf, narra los años de
adolescencia de Jeffrey Dahmer, el denominado Carnicero de Milwaukee, un
asesino en serio responsable de la muerte de 17 personas entre 1978 y 1991. De
hecho, My Friend Dahmer se acerca a la extravagante personalidad de este
sombrío personaje justo antes de iniciar su carrera homicida, en sus años como
estudiante y bajo la atenta mirada de Derf, uno de sus compañeros de clase más
cercanos. Film controlado, perfectamente interpretado y totalmente inquietante.
En nada truculento, la cámara de Meyers se acerca a las excentricidades del polémico personaje
intentando no juzgarlo en momento alguno, sino dejando que el espectador vaya
descubriendo por si mismo los rasgos más oscuros de un joven que estaba
direccionado hacia el crimen y el canibalismo. Turbadora y
elegantemente sobria.
El día lo cerré con Matar a Dios, una alocada
comedia española dirigida en comandita por Albert Pintó y Caye Casas. Su
premisa argumental es ciertamente prometedora, pues la posibilidad de que Dios
se aparezca en el seno de una familia disfuncional, durante las fiestas
navideñas, y les proponga la posibilidad de salvar a dos de los suyos antes de
que al amanecer se haya extinguido toda la humanidad, tiene su coña. La cosa, en
un principio, funciona y la va amenizando con gruesas gotas de humor
negro, pero sobrepasada la primera media hora de proyección, Matar a Dios queda encallada y cae en una repetición abusiva de todos sus gags; chistes que, en muchos casos,
me resultaron tan facilones como poco inspirados. De todos modos, vale la pena
tener en cuenta el buen trabajo de Eduardo Antuña, ese vendedor de quesos
reconvertido en representante de actores en la serie televisiva ¿Qué Fue de Jorge Sanz?, sin lugar a dudas lo mejor de la irregular comedia.
Próximamente, un pelín más.
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