La directora
danesa Susanne Bier, con su nuevo trabajo, Una Segunda Oportunidad, entra a
saco en un melodrama contundente que, tanto por su dureza visual como
narrativa, acaba siendo, por momentos, ciertamente asfixiante. Bebés, muertes inexplicables, paternidad, maternidad y yonquis son sólo algunos de los
puntales que conforman uno de sus trabajos más sólidos y que, por su crueldad
expositiva y su toque innegable de veracidad en todo lo que cuenta, puede
atragantársele su proyección a más de un espectador poco dispuesto a que le
digan, sin tapujo alguna, que la vida, a veces, no es más que una puta mierda.
La historia arranca
cuando una pareja de policías, al entrar en el domicilio de una pareja de
heroinómanos, descubren impotentes a un recién nacido encerrado en un pequeño
cubículo, bañado en excrementos y exento de cualquier tipo de cuidados. Uno de
los policías es un tipo recién separado de su esposa y demasiado dominado por
el alcohol; el otro, en apariencia más cabal y responsable, hace muy pocos días
que acaba de ser padre, por lo que acaba muy colapsado ante el descubrimiento
que acaban de hacer.
No les
cuento más del argumento, pues se enmarca dentro de una historia llena de giros
inesperados (a cual más desalmado) y en la que se nos presentan una serie de sucesos capaces de desmontar los parámetros de la existencia del más pintado. Y
es que, en esta ocasión, Bier y su guionista habitual, Anders Thomas Jensen, de
forma totalmente consciente, no se han marcado ningún limite a la hora de
contar un hecho en donde la amoralidad campa a sus anchas.
Un vaivén de
sensaciones, a cual más desmoralizante, en donde cabe descatar la brillante
interpretación de Nikolaj Coster-Waldau, ese manco Jamie Lannister de Juego deTronos, que en Una Segunda Oportunidad da vida, de forma totalmente creíble, al
inspector Andreas, un policía ilusionado con su nuevo hijo y que, ante una situación angustiosa
y desesperante, optará por una solución ciertamente conflictiva y discutible.
Una patada
cinematográfica dirigida directamente al estómago del espectador. Ármense de
valor, protejan sus sentimientos con un chaleco antibalas y asuman con valentía
la mala leche que destila la cinta de Susanne Blier. Disfrútenla (o, mejor
dicho, súfranla) y juzguen por ustedes mismos. Aunque, en definitiva, el juicio
ya se lo da más que mascado la propia realizadora.
Con lo bien que estaban Brother y En un Mundo Mejor debí haber elegido esta película para verla hoy y no el truño que me he tragado. Juer, qué mala es Regresión!! pero mala, mala, mala. No sólo eso de decir que para ser de quien es ha resultado peor de lo esperado. No. Es que es mala, pero que muy mala. A mí que alguien me explique qué le ha pasado a Amenábar, porque lo de Regresión no tiene perdón ninguno. Debería devolverme el precio de la entrada, sinceramente.
ResponderEliminarPues a mí me gustó, micer Caligae. Mete caña a la credulidad como hacía en "Ágora". Hawke ya no parece tan drogada como de costumbre y la Watson demuestra que podemos olvidarnos de "Harry Potter" (aunque debería permitir que la afearan un poco, que tiene demasiada pinta de modelo en sus ratos libres).
ResponderEliminarMete caña pero me pareció de lo más infantil. Y además las cosas pasan porque sí y ya está. El Hawk está más perdido que otra cosa. Aunque tiene mérito conseguir que se duchara.
EliminarSe tendrá que ver, ¡pardiez!, con lo poco que me apetece.
ResponderEliminarSalgo con la pala don Spa. Ha fallecido Ana Diosdado... se ha dejado los Anillos de Oro
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