

Los hermanos de marras, en la que aseguran se trata de la más personal de sus películas, huyen de la socarronería que en general inunda sus comedias y, de manera envidiable, buscan la sonrisa cómplice del espectador ante las penurias del vapuleado Larry Gopnik, su protagonista, un profesor de matemáticas que verá cambiar radicalmente su existencia en poquísimos minutos. Las desgracias y las malas noticias nunca llegan solas y, en el caso de Gopnik, lo hacen en manada.

Algunos, sin mucha razón, dirán que se trata de una obra menor de los Coen. A mi parecer, se trata de un film pequeño dotado de un contenido inmenso y mucho más logrado que esa astracanada que significó su título anterior, Quemar Después de Leer. No es cine negro (al que tan habituados nos tienen sus autores), pero posee algunas de las constantes del mismo; no es un melodrama, pero poco le falta para ello; tampoco es una comedia en el sentido estricto de la palabra: es, sencillamente, la vida en forma de absurda parábola judía.
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