20.2.09

De la mar, el mero, y de la tierra, El Carnero

Mickey Rourke es, en toda su extensión, El Luchador. A excepción de la magnífica interpretación del actor y de la presencia siempre de agradecer de Marisa Tomei, no busquen mucho más en la nueva película de Darren Aronofsky.

La cinta significa una nueva vuelca de tuerca sobre un tema tratado con anterioridad en multitud de ocasiones, la del descenso a los infiernos de un famoso, al que la edad y los excesos le han pasado factura. El hombre en cuestión es Randy “El Carnero” Robinson, un tipo que en los 80 se convirtió en uno de los grandes referentes de la lucha libre en Norteamérica y que, dos décadas más tarde, vive su ocaso de mala manera, en soledad y sin un mísero céntimo en los bolsillos. De hecho, Mickey Rourke, al dar vida a El Carnero, afronta claramente su propia historia a través de un trabajo valiente y compacto que, por sí solo, dignifica la cansina propuesta del realizador neoyorquino.

La sobria interpretación de una Marisa Tomei aún tentadora (pues lo años no pasan en balde) y dando vida a una stripper asqueada de su curro, es el otro aspecto a destacar de una película aburrida, con ínfulas de cine de autor y construida a golpe de tópicos. Guión hay muy poco... y sólo se queda en las ínfulas. Todo se basa en cargar la cámara al hombro y seguir al Rourke en su deambular diario. Hasta ahora, nadie nos había mostrado con tal detenimiento y durante tantos minutos la espalda del bueno de Mickey. Gracias Mr. Aronofsky por seguir a su protagonista en sus largas caminatas hacia el cuadrilátero, hacia los vestuarios, hacia el puticlub de rigor, hacia la roulotte que le sirve de domicilio, hacia... Por cierto, ¿por qué los personajes destartalados y cochambrosos siempre duermen en una roulotte? Por el camino, entre paseo y paseo, cuatro tortazos bien sonoros, un mucho de sangre y... ¡a otra cosa mariposa1. Eso sí, que no falten, ante todo, una operación a corazón abierto y el difícil reencuentro con una hija abandonada que aún le repudia. Trillado, trillado, trillado...

Todo será muy sesudo y exageradamente mugriento, tal y como mandan los cánones en el cine de autor sobre eternos perdedores, pero le falta nervio y originalidad, detalles que no se le pueden perdonar fácilmente al pedante de Aronofsky. Rocky Balboa, escrita por una mente tan preclara como la de Stallone, narraba una historia similar de manera más elegante, sin tener que recurrir a tantos aspavientos falsamente progresistas e incluso, aseguraría, que con menos tópicos a cuestas... Y ello por no citar a la mítica y exquisita Fat City de John Huston.

Repito: El Luchador es Mickey Rourke. Y punto. No hay más. Él es la película y con su sola presencia (y, por descontado, con los melones de la Tomei) compensa la alarmante falta de historia. Y es que el hombre está INMENSO; tal cual, en mayúsculas... aunque pienso yo que no debe resultar muy difícil interpretarse a sí mismo, ¿no?

Y otro por cierto para finalizar: al menos, por muy fallida que sea, esta es la primera película del director que he entendido de cabo a rabo. Algo es algo ¡Hum.... que contento estoy!

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