1.10.08

¿Qué narices le han visto al ñoño del Fraser?

Pues eso... : ¿qué coño le han visto a Brendan Fraser para que se haya convertido en uno de los rostros de moda en nuestras pantallas? O al menos esa es la impresión que causa la cartelera barcelonesa, en la que se encuentran tres títulos protagonizados por el actor (o, mejor dicho, actorcillo): la tercera entrega de La Momia (de la que ya di cuenta hace unos días), Cuatro Vidas y la nueva versión cinematográfica sobre el inmortal Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne.

Cuatro Vidas no es más que un quiero y no puedo; un film pedantillo y de estructura forzadamente circular, muy al estilo del Pulp Fiction de Tarantino... pero sólo en eso: en su aspecto estructural ya que, en todo lo demás, se asemeja a un telefilm de sobremesa de pésima catadura: barato, aburrido y vacío, muy vacío. Una nimiedad insoportable con pretensiones de cine de autor. Y es que Jieho Lee, su realizador -un hombre de origen coreano aunque nacido en Nueva York-, ha querido volar demasiado alto con una ópera prima que a duras penas consigue despegar.

Cuatro son las historias que narra Lee; cuatro menudencias que se interrelacionan entre ellas a través de algunos de sus personajes y que se amparan en un viejo dicho oriental que divide la vida en cuatro sentimientos: felicidad, tristeza, placer y amor.

El modo de relacionar los episodios resulta en extremo banal. De originalidad nula, la película avanza a ritmo cansino hacia ninguna parte, siendo lo más destacable de ella el personaje de "Dedos" (un brillante Andy García), un gángster cuyas maniobras pasarán factura al resto de protagonistas, incluido al soseras de Brendan Fraser quien, con esa cara de embelesado que mete a todas horas, da vida a uno de los sicarios del mafioso; un sicario enamoradizo y de buen corazón.

Un empleado de banca (un inaguantable Forest Whitaker)dispuesto a jugarse hasta su último centavo en las carreras de caballos, una cantante pop (la mediocre Sarah Michelle Gellas) cedida a "Dedos" por su arruinado representante, o un médico histérico (un sobreactuado Kevin Bacon en horas bajas) en busca de un antídoto para salvar a su mujer de una mordedura de serpiente, son algunas de las otras figuras que desfilan por este innecesario thriller cargado de tintes melodramáticos. Un aburrimiento como la copa de un pino.


Lo del Viaje Al centro de la Tierra ya es otra cosa. De ella no se puede decir que sea aburrida, pero sí en extremo infantil. De hecho, viendo las constantes por las que navega, ésta va dirigida a los más pequeños de la casa. Sus pueriles diálogos, su acartonada puesta en escena y sus descuidados efectos especiales (muy de estar por casa todos ellos), lo demuestran claramente. Es más: la paciencia del espectador adulto tiene un límite y su íntegro visionado -que ni siquiera supera los noventa minutos- termina por rebasarlo.

Ideada para ser exhibida en 3-D (cosa que no ocurre en ningún cine de nuestro país), la cinta, en lugar de basarse directamente en el texto original de Verne, utiliza la novela a modo de manual de instrucciones al servicio de un científico tontolculo (cómo no, interpretado por el bobalicón del Brendan), su sobrino y una joven guía cuando, tras quedar accidentalmente atrapados en una cueva alojada en el interior de un volcán, vayan a parar al mismísimo centro de la Tierra.

Un montón de situaciones de lo más previsible se suceden una detrás de otra. Roba un poco de lndiana Jones y otro poco de las anteriores versiones sobre el libro. Y, como gran fiesta multicolor, Eric Brevig -su debutante director y todo un experto en el arte de los efectos especiales desde mediados de los 80- remoza hasta el último rincón de su trabajo con digitalizaciones varias. Pajaritos en forma de luciérnaga (al estilo Campanilla de Peter Pan), veloces dinosaurios o peces gigantescos y voraces, se alternan en medio de una aventura fantástica de lo más trillado.

Por mucho que se empeñe Brevig en darle aspecto de parque de atracciones temático, mucho me temo que ni el público infantil acabará de conectar del todo con tan irregular revisitación de la obra de Verne... ¡Con lo maja, entrañable y artesanal que resulta la del 59 dirigida por Henry Levin, pardiez!

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