16.10.08

Ignorar antes de ver

Estaba convencido que, tras el empuje dado por No Es País Para Viejos a la irregular filmografía ofrecida por los Coen en los últimos años, ésta volvería a remontar con Quemar Después de Leer. Pero no ha sido así. Su nuevo trabajo forma parte del mismo pack en que se encuentran algunas de sus medianías, como la insustancial Crueldad Intolerable o The Ladykillers (ese innecesario remake sobre una de las joyitas de la casa Ealing), por no citar a la incalificable O Brother!.

Quemar Después de Leer es una glosa simplista a las casualidades más rocambolescas. El azar (en este caso, demasiado increíble para resultar creíble), une las aventuras y desventuras de un grupo de personajes que, directa o indirectamente, están ligados a la CIA y a otros cuerpos políticos y judiciales de los Estados Unidos. La clave se localiza en las memorias de un ex analista de la Agencia que caen, accidentalmente, en manos de una solterona en busca de citas a ciegas a través de Internet y de su compañero de trabajo en el gimnasio en la que está empleada, un joven bobalicón enganchado a las conspiranoias. Inocentemente, aunque en busca de beneficio propio, ambos se convierten en los principales instigadores de un corrido de sucesos devastadores cuyos efectos llegarán hasta altas esferas del país.

Es innegable que el numeroso grupo de seres implicados en la trama es ciertamente delirante e incluso prometedor. Una pandilla de tipejos que, tomados de uno en uno, resultan perfectamente reconocibles por sus maneras y por sus actos individuales. Estereotipos, todos ellos, ampliados al máximo en sus delirios, miedos y torpezas (sobretodo en las torpezas). La lástima es que los Coen se detienen aquí, en su presentación: una exposición sugestiva que, a los pocos minutos, se queda en agua de borrajas. Las interrelaciones entre ellos (de pareja, adúlteras, políticas, laborales o, sencillamente, fortuitas) están orquestadas de manera forzada, mientras que las pocas sutilezas que se desprenden de su sencillísimo guión (casi anecdótico), terminan perdiéndose en la inmensidad de un conglomerado de chistes nada iluminados.

El histrionismo es el recurso general con el que la mayoría de actores ha afrontado la construcción de sus distintos papeles; una sobreactuación colectiva que, en muy poco, ayuda al buen funcionamiento de un producto que deambula entre la astracanada y la crítica (light) satírica. Ninguno funciona al cien por cien y todos, del primero al último, parecen tomarse su trabajo con cierto cachondeo, al igual que si asistieran a la fiesta de cumpleaños de un amiguito con fama de gamberro. Total: siempre es un prestigio formar parte del casting de una película firmada por los hermanitos, aunque ésta haya sido realizada a marchas forzadas y en un plazo mínimo (pero suficiente) para cubrir el expediente. Aprovechar el tirón de la excelencia (y de los Oscars) de No Es País Para Viejos, es la única explicación posible a tan desangelado producto.

¿Nunca se han planteado el porqué no acaban de cuajar los films de los Coen protagonizados por George Clooney? Inexplicable, ¿no? Ellos, como realizadores y guionistas, han dado frutos exquisitos; él, como actor e incluso como director, se ha metido en proyectos interesantes. En contrapartida, la mezcla de los tres siempre ha sido decepcionante. Y es que a veces, por mucho que se empeñen, hay químicas que no funcionan.

Personalmente, al terminar la proyección y ante tanta simplicidad (narrativa y visual), me quedé boquiabierto y con la misma cara de niñato imbécil que luce durante todo el metraje un patético Brad Pitt.

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