15.7.08

El regreso macabro de Beavis y Butt-Headd

Posiblemente, jamás pueda perdonarle al alemán Michael Haneke la tortura a la que me sometió con la insoportable 71 Fragmentos de Una Cronología del Azar, una de las mayores pedanterías que jamás haya parido el cine y en la que, cortada en 71 pedacitos (tal y como indicaba su título), daba un repaso a lo que hicieron 71 personas el día anterior a ser asesinadas por un joven de 19 años durante un atraco bancario. Era tal la provocación del realizador que incluso se atrevió a filmar, durante 6 interminables minutos, a un anciano cocinándose un huevo frito.

Por suerte, en el 94, tres años después de tal despropósito, ofreció a los espectadores el mejor producto de su irregular carrera. Se trataba de Funny Games, una cinta rodada en bellos parajes vieneses que narraba el tenso fin de semana vivido por un matrimonio y su hijo cuando, en su lujoso chalet junto a un lago, aparecían un par de jóvenes cargados de muy malas intenciones. Un dúo que, en sus rocambolescos y macabros juegos, emulaban a sus incalificables ídolos televisivos: Beavis y Butt-Headd.

Ahora, una década más tarde y desde los EE.UU., ha probado fortuna filmando de nuevo la misma película ya que, en su día, la original no funcionó demasiado bien en ese país. Y lo ha hecho sin variar ni un ápice su guión ni su estructura. Las mismas líneas de diálogo, idénticos gestos de sus protagonistas y, por si fuera poco, utilizando similares encuadres y movimientos de cámara que en su trabajo de 1994. Una fotocopia al 100% en la que incluso se respeta el metraje de cada una de sus escenas y el montaje final de las mismas. Ni siquiera Gus Van Sant llegó tan lejos cuando se propuso calcar y colorear Psicosis de Alfred Hitchcock.

Este nuevo Funny Games -al que para su exhibición internacional ha añadido la coletilla U.S.-, puede servir, de todos modos, para que aquellos que no la vieron en su día (debido a la mínima distribución que tuvo), tengan la ocasión de disfrutarla ahora. De hecho, existiendo la anterior, esta es una cinta innecesaria que, sin embargo, posee algún que otro nuevo valor añadido. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, la sabia elección de Naomi Watts, guapísima y en plena forma, para dar vida a Ann, esa madre y esposa que sufrirá la denigración y el dolor a los que son sometidos ella y los suyos por los inesperados visitantes. Su presencia hace que este remake se sitúe unos puntos por encima del original, cuya actriz protagonista, una tal Susanne Lothar, en cuanto a interpretación y belleza se refiere, no le llegaba ni a la suela del zapato a la última novia de King Kong.

El resto, es más de los mismo, pues en ella sigue existiendo esa genuina provocación, made in Haneke. que el realizador destila hacia el público a través de la manera realista con la que muestra la violencia. Y es que, al germano, siempre le han encantado los tiempos muertos y los planos interminables e inmóviles, un modo de filmar que, en esta ocasión (al igual que ocurría en su entrega original) potencia aún más, en el espectador, la sensación de angustia e impotencia que vive esa familia que parece tener sus horas contadas.

Un producto tan correcto como innecesario pero que, tan sólo por la citada Watts y, ante todo, por la magnífica creación que el joven Brady Corbet hace de Peter, un psicópata cínico y sin escrúpulos, vale la pena darle un vistazo. Dos cambios, más que sustanciales, dentro de la misma moldura. No hay mal que por bien no venga.

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