5.2.08

Corbachadas y cotidianeidad

La ceremonia de los Goya, por segundo año consecutivo, se vio marcada por las horteradas de un José Corbacho que, en su rol de anfitrión, hizo de la chabacanería y la mala educación su único estandarte y, al igual que en la edición anterior, volvió a ejercer de reinona de la noche, robándole planos a los verdaderos protagonistas del acto.

El punto culminante de las corbachadas más groseras tuvo lugar justo después del entrecortado y sobrecogedor discurso de Alfredo Landa; un Landa comprensiblemente emocionado ante el homenaje recibido por su extensa carrera cinematográfica. “¡Con dos cojones, Alfredo!” fue la única frase que se le ocurrió al ex de La Cubana para salir al paso en un momento tan delicado (y hasta aseguraría que perturbador) para todos los que lo vivimos en directo a través de la televisión. Pero ese maestro de ceremonias (y del disfraz más patético) aún siguió metiendo el dedo en la llaga cuando, unos minutos más tarde, subió Alberto San Juan a recoger el Goya al Mejor Actor por su interpretación en Bajo las Estrellas. Al retirarse éste del escenario y a sabiendas de que don Alfredo Landa también estaba nominado en la misma categoría por Luz de Domingo -el último film de Garci-, Corbacho se transmutó en un sanguinario Corbachov y, como gran chiste, dio gracias a que el deudor del término landismo no hubiera sido premiado por su actuación ya que, al no regresar al estrado por segunda vez, nos acabábamos de ahorrar que la ceremonia se alargara en demasía. Algún día este tipejo aprenderá que la educación no está reñida con el sentido del humor. Y es que este bufón de la Academia debería aprender mucho de las buenas artes de don Alfredo, que de eso, el hombre, sabe un rato largo.


En el aspecto de premios, este año los Goya estuvieron bastante acertados y, además de otorgarle el reconocimiento a El Orfanato, los miembros de la Academia tuvieron el aplomo suficiente para, a la hora de dejar caer el gordo, anteponer la cotidianeidad social de La Soledad a la ampulosidad del marketing, los efectos especiales y la tecnología del film del debutante Juan Antonio Bayona. El Orfanato (y su no muy merecido carrerón comercial) tuvo su cuantiosa recompensa con aquellos Goyas que, en realidad, más se merecía pues, tal y como cite en su día, aparte de la brillantez técnica y visual, la película se queda corta (y a veces ridícula) en cuanto a historia se refiere. Sorpresivamente, la sobriedad de la cinta del también catalán Jaime Rosales, se alzó como la gran triunfadora de la velada.

La Soledad es un film valiente y diferente. Al igual que hizo Rosales en Las Horas del Día, su anterior y muy interesante trabajo, sigue apostando por narrar los aspectos más cotidianos de la vida diaria. Si en el primero se atrevía con el estoico y gélido retrato de un serial killer, en éste, el recién galardonado, planta la cámara en el epicentro del ecosistema en el que se desenvuelven un buen número de personajes, marcados, todos ellos, por sus relaciones familiares.

La crisis de la pareja, el mal rollo entre hermanos, la enfermedad y la muerte, son los puntos que más resalta el realizador en su hermética mirada al devenir de sus protagonistas. El ritmo es el mismo del día a día en una gran ciudad como Madrid: por momentos, lento y asfixiante; a veces, neurotizado e igualmente asfixiante. Sólo hay un golpe de efecto en toda su narración; un bombazo visual, sonoro, trágico e inesperado, que auyda al espectador a discernir que algo hay en nuestra sociedad que no anda bien del todo.

Es innegable que, en un principio, cuesta entrar en la propuesta. Una vez rota la barrera inicial, uno se siente hipnotizado por la visceralidad y la naturalidad de cuanto ocurre en pantalla. Se trata de un film desolador, pero absolutamente necesario, en el que seguramente, más de uno, se identificará con alguno de sus personajes. Y es que Rosales, ante cada uno de ellos, ha situado un microscopio bifocal de características socioanalíticas. Un microscopio que aumenta y detalla al máximo sus miedos y sus errores, sin dejar escapar casi ningún pequeño síntoma del dolor que, a veces (demasiadas), significa vivir.

Mejor película y mejor director, amén de mejor actor revelación (José Luis Torrijo). Unos premios a la sensatez de un cineasta que ha renunciado a la gratuidad del taquillazo para exponer, mediante cuatro trazos, la sinrazón de ciertos actos y, en general, de las relaciones humanas. Una pequeña joya que, sin embargo (y por ese afán de minuciosidad interior), acaba abusando demasiado de esa tecnología fotográfica que, partiendo la pantalla en dos, ha sido bautizada con el nombre de polivisión.

La recompensa a su esfuerzo la tendrá el próximo viernes, ya que la película se reestrenará en 30 salas de nuestro país. Dénle una oportunidad: no sólo de orfanatos ha de alimentarse el cine español.

No hay comentarios: