16.6.07

Los asesinos de la Luna de Miel

Corazones Solitarios se basa en un caso real ocurrido, entre finales de los 40 y principios de los 50, en el condado de Nassau (EE.UU.). La historia de una pareja de timadores y asesinos, Ray Fernández y Martha Beck, que unieron sus fuerzas en el arte del engaño para aproximarse a mujeres solas que anunciaban la búsqueda de un compañero a través de revistas de contactos. Un relato que anteriormente ya había sido llevado al cine en varias ocasiones siendo, el primero de ellos, Los Asesinos de la Luna de Miel, un film considerado de culto que fue dirigido, en 1970, por Leonard Castle y en el que se actualizaron las fechas de los acontecimientos al transportar la acción a la misma época en que se rodó. La crudeza visual y el frío tratamiento que dio a la pareja de criminales fueron también las mismas constantes de (para mí) la mejor aproximación al tema: la que hizo Arturo Ripstein en Profundo Carmesí. En el título del mejicano, se optó por trasladar los hechos a su país natal y por darle un sobresaliente (aunque amargo y brutal) toque de humor negro.

La cinta que acaba de estrenarse, dirigida por Todd Robinson, apuesta por centrarse en la investigación policíaca antes que en la minuciosa descripción de los actos sanguinarios de la criminal pareja de amantes. O, al menos, en el apartado en que se muestra la relación entre los dos agentes de policía que condujeron el caso, es en donde mejor funciona la película. Partiendo del teórico suicidio de una mujer solitaria, Robinson presta una especial atención a la conducta obsesiva del personaje interpretado por un brillante John Travolta, el agente Elmer C. Robinson, un hombre que, traumatizado por la violenta e inesperada muerte de su esposa, no cesará en su empeño enfermizo por demostrar que, tras ese aparente suicidio, se encuentran unas manos asesinas. Un tipo éste al que no creerán ni sus superiores ni su propio compañero de fatigas, un James Gandolfini tan inmenso (en todos los aspectos) como siempre.


Jared Leto y una atractiva Salma Hayek dan vida a los dos amantes que acabaron recibiendo el largo apodo de los Asesinos de los Corazones Solitarios, los ya citados Ray y Martha. Y, precisamente, en la elección de Salma Hayeck para interpretar a la virulenta Martha Beck, reside el gran error de la cinta ya que ésta, tal y como demostraron los otros productos anteriores, era una mujer feúcha y marcada por una extrema obesidad, todo lo contrario de lo que ocurre con la actriz nacida en Veracruz. Los arrebatos de celos y la dependencia que tiene de Ray Martínez, en una mujer tan bella y sensual como la Hayek, resultan difíciles de creer, con lo cual, algunas de las situaciones de alta tensión que se crean entre ellos y sus víctimas, se me antojan demasiado forzadas para resultar creíbles. Aún y así, su director, solventa con una elegante e insospechada sequedad aquellos asesinatos que muestra en pantalla.


La valentía de usar a una niña pequeña como otro de los cebos expiatorios del dúo criminal, es un signo inequívoco de que el tal Todd Robinson ha pasado (por suerte) de la corrección política y de la falsa moral hollywoodiana que, en los últimos años, intenta mantener a los más pequeños alejados del alcance efectivo de criminales sin cuartel. Una norma, casi estricta, que solamente se han saltado a la torera gente como Cronenberg, en Una Historia de Violencia, y Florent Emilio Siri en el magnífico prólogo de Hostage. Una manera ésta de compensar la fallida elección de la protagonista de Frida quien, por cierto, no está nada mal en su correcto trabajo. Para dar más el pego, aquí tendrían que haberle colocado de nuevo ese bigote que lucía bajo la nariz de la pintora mejicana.

Su ambientación en la norteamerica de los 40 y 50, la voz en off del personaje de Gandolfini, su sobriedad narrativa (casi cercana al documental) y el decaimiento psíquico y moral del detective Elmer C. Robinson, la aproximan (aunque manteniendo las distancias) a algunos de los títulos nacidos al amparo del cine negro. Su falta de pretensiones, la serenidad de un guión conciso y en nada rocambolesco (escrito por el propio realizador y, asimismo, nieto real del agente Robinson) y la sencillez de una producción efectiva hacen, de éste (y a pesar de sus errores), un título recomendable que amplía, un poco más, la mítica existente sobre la macabra pareja que inmortalizó en el cine Leonard Castle.



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