27.6.07

Guarrerías húngaras

El abuelo fue un militar de baja graduación, afectado de labio leporino y morbosas ensoñaciones pederastas; un tipo enfermizo que mataba su tiempo libre ejerciendo como mirón, infligiéndose prácticas masoquistas, matándose a pajas o copulando con cerdos: todo un especimen digno de figurar en manuales sobre lo más putrefacto. Su hijo dejó a un lado el uniforme paterno para convertirse en un deportista de élite: los concursos de engullimiento de comida estaban a la orden del día y él, con su obesidad desbordante, se erigió -junto con la que sería su esposa- en una de las más grandes y reputadas estrellas del género. Y el nieto, o sea, el hijo del seboso glotón, nació flaco, al igual que su abuelo, y con similares desviaciones mentales que las de su rama paterna; dedicó su vida al arte de la taxidermia y a cuidar de un padre imposibilitado por culpa de los kilos acumulados durante años y años de gula excesiva.

Desde Taxidermia y mediante estos tres miembros de una misma familia, György Pálfi, su joven director, intenta dar un alucinado repaso a la convulsa y variante historia contemporánea de su país natal, la actual República de Hungría. Y, en realidad, sólo finge intentarlo, ya que sus pretensiones (vistos los resultados finales), son totalmente distintas.

De rigor histórico, nada de nada; de provocación, un mucho. Taxidermia es un producto diseñado, simple y llanamente, para molestar. Narrado en tres episodios más o menos ligados entre sí (cada uno de ellos dedicado a los personajes citados), lo único que pretende el tal Pálfi es tocarle las pelotas al espectador; y cuanto más, mejor. Con tal finalidad como objetivo primordial, recurre al mal gusto en toda su extensión. La escatología es su única arma, lo cual me hace dudar de la remota posibilidad de que este hombre conozca el significado de la palabra guión, pues éste brilla por su ausencia.


Masturbaciones frenéticas finalizadas con desbocados chorros de semen dirigidos a un cielo nocturno y estrellado; penes ardientes y vaginas húmedas que, en primerísimos primeros planos, acaban fundiéndose en desperfecta armonía; centenares de vómitos gigantescos y de defecaciones inmensas que emanan de cuerpos sudorosos y grasientos; amputaciones de miembros y vísceras humanas… Un catálogo interminable de guarrerías al servicio de una gran marranada pues, tras todo ese circo de exhibiciones gratuitas, no hay absolutamente otra cosa que no sea la pretensión de provocar.

Como excusa a su exagerado desvarío, Pálfi intenta revestir a su película de un falso halo intelectual y progresista. Pero se queda sólo en eso: en el disfraz. La estética del film y su ¿sentido del humor? son una copia descarada de la imaginería visual y temática de Jean-Pierre Jeunet y Cia., pero con demasiada bazofia a su alrededor como para salir a flote.

A veces, la provocación es un arma muy efectiva, o bien por conseguir el escándalo buscado o por despertar conciencias dormidas. Éste no es el caso de Taxidermia, ya que no logra ni una cosa ni la otra: tan sólo molesta. Y punto. Más que una provocación, la película es como una de esas mierdas de perro que uno pisa despistado cuando pasea por la calle; una de esas cagarrutas que lo máximo que logran es que el afectado despotrique de la madre del propietario del animal.

Ya lo saben. Están avisados de su presencia y pueden ahorrarse el pisarla. Yo ya lo hice por ustedes y hoy aún me apesta la suela del zapato. Y si la pisan, siendo conocedores de su existencia, es que les va el masoquismo en grado sumo.

No hay comentarios: