9.6.07

Encuentro con Terry Gilliam

El pasado miércoles, a primera hora de la tarde y bajo el radiante sol que lucía sobre Barcelona, tuve el placer de compartir unos minutos con Terry Gilliam. El encuentro fue en la terraza del Claris, un lujoso hotel situado en el centro mismo de la ciudad. La cita era justo a las 16.15. El director de pequeñas joyas como El rey Pescador o 12 Monos, a pesar de hacer gala de ser el único miembro norteamericano de los Monty Python, hizo su aparición con una puntualidad británica.

De apariencia afable y divertida, es un hombre con un carisma y una cultura envidiable. Su aspecto apayasado y su espíritu gamberro e infantil, para nada están reñidos con su educación. Les puedo asegurar que el poco rato que estuve a su lado, se ha convertido para mí en una experiencia tan grata como inolvidable. O al menos, esa camisa dicharachera y a lo Magnum que me llevaba, resultará un detalle imposible de borrar de mi memoria. Quiero comprarme una igual que la suya.

Nos dimos un fuerte apretón de manos, al tiempo que procedimos a las pertinentes presentaciones mediante la espléndida traductora que nos tocó en suerte. Antes de iniciar la entrevista, no pude redimir la tentación de conseguir un autógrafo o un dibujo suyo como recuerdo de esa tarde. Para ello llevaba encima, durante todo el día, el voluminoso libro que, bajo el título de Monty Python La Autobiografía, escribieron el pasado año los miembros del mítico grupo humorístico.

- Mr. Gilliam –le dije tímidamente y tendiéndole el pesado ejemplar-, me encantaría que me echara una firmita o un dibujo en el libro. En su defecto, y si no le apetece mucho la idea, me conformaría con que chupara un poco la portada...

El hombre, ni corto ni perezoso, acercó el libro a su rostro y sacó repetidas veces la lengua demostrando su disposición por soltarle unos cuantos lametones. Acto seguido, lo abrió y, en la primera página en blanco, estampó su firma, un pequeño dibujo y una dedicatoria.

Así empezó lo que fue una corta pero productiva entrevista en la que, ante todo, resaltó las reacciones, tanto positivas como adversas, que ha causado Tideland entre el público y la crítica de todo el mundo. Refiriéndose al espectador norteamericano, imbuido de una moral mucho más estricta y falsa que la del europeo, aseguró que “la reacción de éste fue más o menos como me esperaba antes del estreno. Siendo una historia tan dura, hubo quien reaccionó muy bien ante ella, mientras que otros la aborrecieron al momento. Y muchos, en lugar de echar pestes de la película, optaron por no hablar de ella”.

Ante su respuesta, le cuestioné la posibilidad de que no supieran leer bien las intenciones de su film.

- Creo que reaccionaron a las cosas que yo esperaba que reaccionaran - aclaró -. Y en lugar de enfrentarse a ello, hablar sobre ello y pensar sobre ello, simplemente hicieron ver que no había ocurrido eso en pantalla. Tampoco esperaba que surgiera la polémica, aunque creía que al menos surtiría algún tipo de debate. Pienso que las opiniones negativas no se tomaron demasiado en serio la película. A mí me parece raro, pero éstos se quedaron como en un estado de negación.

A continuación, le comenté el paralelismo que creí intuir entre Tideland y El Laberinto del Fauno, el film de Guillermo del Toro.

- Me encantó esa película. Hace poco, Guillermo vino a Londres, fuimos a cenar juntos y me dijo: “¿has visto, Terry?: tu y yo hicimos la misma peli el año pasado” - rememoró Gilliam luciendo una amplia sonrisa -. Ante su afirmación, le respondí a Guillermo que “la diferencia entre las dos es que, a la critica, la tuya le encantó y, a la mía, la detestó”

Remató su explicación con una sonora carcajada, añadiendo a continuación un epílogo a la citada comparación: "Su película no molesta; no perturba. La mía, más o menos preocupa: se te mete dentro, duele..."

-
Quizá la suya duele porque sugiere temas que mucha gente, por culpa de la doble moral, no quiere aceptar- le señalé.

- En efecto, toca temas sobre los que mucha gente tiene ciertos prejuicios. Las drogas, para los niños, es uno de los mayores peligros que hay en el mundo; pero no el único. Y, en ese aspecto, ya sabía exactamente lo que pasaría. Pero me interesaba fomentar ese asunto al tiempo que mostraba las dos caras que tiene la película.

Hablamos de su relación con Jeff Bridges, un actor con el que se siente a gusto trabajando, aunque, puntualizó, “en esta ocasión haya estado muerto y en descomposición durante la mayor parte del metraje. Jeff es el mejor; una verdadera bestia”.

- Siguiendo con Bridges–le propuse-, en su película, el actor interpreta a un personaje que no para de soltar sonoras ventosidades. Sobre esta cuestión, me ha quedado una duda que me impedirá el sueño durante varias noches si no logro desvelarla. ¿Los pedos se los tiraba el propio Bridges, eran efectos sonoros o los hacía usted con la ayuda de una alguna trompetilla?

Gilliam soltó otra de sus sonoras carcajadas para, al instante, empezar a echar pedorretas sin parar con la ayuda de la boca:

- Las hacía yo mismo; de verdad –aseguró soltando un par más de flatulencias bucales-. Lamentablemente, debería haberme llevado yo el mérito de esas ventosidades y haber hecho constar, en los créditos finales, que yo soy, en realidad, el responsable directo de los pedos de Jeff Bridges.

Hablamos de posibles proyectos en compañía de Monty Python, aunque me aseguró que, aparte de la edición del libro Monty Python La Biografía, no hay ninguna cosa más prevista:

- De momento no. Eric Idle ha montado Spamalot, una comedia musical basada en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus Locos Seguidores. Como grupo tenemos varias empresas, somos los propietarios de una serie de televisión y, como ya no nos apetece mucho ponernos medias y cosas raras en la cabeza, vamos reciclando el material antiguo que poseemos.

Me habla de su futuro film, el cual, contando con la presencia de Heath Ledger y Tom Waits, va a titularse, en un principio, The Imaginarium of the Dr. Farnasius. Pero asegura que, antes de dar nada por sentado, tiene que recaudar aún el dinero necesario para ello.

Aquí, tristemente, llegó el momento de la despedida. Hubiera estado mucho más tiempo al lado de ese tipo maravilloso, al que pude darle la mano en repetidas ocasiones y que inclinó su cuerpo, un poquito, para que le estampara en la frente uno de mis más cariñosos besos. Estoy convencido que Terry Gilliam, desde hace muchos años, atesora en su casa el buscado Santo Grial.

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