24.8.06

Y el padre Karras no estaba allí...

Maleficio es una de esas películas de horror que, ya de entrada, aseguran que está basada en un caso verídico. Mala señal. Brujería, efectos sobrenaturales tipo Poltergeist, posesiones calcadas a las de El Exorcista y demás paparruchadas similares, forman parte del Libro de Estilo de su realizador, Courtney Solomon. Resulta demasiado fantástico, cuanto ocurre en el film, para tragarnos, de buenas a primeras, que se trata de un hecho real.


Si pasamos por alto la posible veracidad de la historia narrada, ésta sigue siendo igualmente una película tramposa y engañosa al cien por cien. Es de esos productos en los que la mayor parte de “sustos” no son más que meros artificios, metidos a saco dentro de su guión y que, al fin y al cabo, no conducen a ninguna parte. Solomon juega a la falsedad de siempre: a meter, de manera constante, escenas sobrecogedoras de terror en la trama para, acto seguido, demostrar que las mismas no eran más que un sueño de uno de los protagonistas. Y, en este aspecto, llega a rizar el rizo, pues en varios momentos nos coloca sueños dentro de un sueño el cual, al mismo tiempo, forma parte de otro sueño: una espiral ciertamente desalentadora. El no va más de uno de los artificios cinéfilos que, en general, siempre me han llegado a irritar. Un artificio que, por cierto, pocos directores han sabido tratar con sabiduría y elegancia.

La historia es la de siempre, la de una posesión diabólica causada por la maldición de una supuesta bruja. Un maleficio que afecta tan sólo a un padre y a su hija mayor. Mientras el padre empieza a enfermar de manera sospechosa, la chica sufrirá todo tipo de torturas que la emparentarán, directamente, con la Linda Blair del citado El Exorcista: movimientos circulares de cabeza y levitaciones violentas, amén de recibir soberanas palizas físicas por parte de un ser invisible, son los principales síntomas del embrujo. Allí, ante la atenta mirada de la madre y las dos temblorosas hermanas pequeñas, sólo falta el padre Karras, rol que por otra parte adopta un amigo de la familia, un creyente de armas tomar, que no hace más que meter la pata en cada uno de sus intentos para alejar al presumible diablo del hogar maldito.

Maleficio está ambientada en el seno de una familia rural en la Norteamérica del siglo XIX. Pero, al igual que los sueños que están dentro de otros sueños, todo cuanto ocurre se trata de un inmenso flash-back, introducido en la narración por una mujer de nuestros días que, ante los graves problemas psicológicos de su hija, opta por leer un manuscrito de un antepasado suyo, en el que se afirma que su estirpe familiar está bajo la maldición de una hechicera.

A pesar de la falsedad y la poca credibilidad de Maleficio, no se puede negar que el tal Courtney Salomon sabe crear un clima ciertamente tenso en sus escenas terroríficas. El problema es que, tras esa atmósfera tan bien plasmada, cae siempre en el error del citado engaño. Incluso su desenlace, que por sorpresivo e inesperado resulta de lo más acertado del producto, no deja de ser una gigantesca celada igual que el resto de su metraje. Y es una lástima, pues el planteamiento final, aparte de ser lo más creíble de la historia, contiene una dosis bastante consiste de mala leche que, en el fondo, no ha sabido aprovechar al máximo.

Al margen, están sus actores. Ellos, del primero al último, -desde una sobria Sissy Spacek (que, a pasos agigantados se está convirtiendo en la hermana gemela de Mia Farrow) hasta un excelente Donald Sutherland, sin olvidar a la joven Rachel Hurd-Wood (la protagonista del aún pendiente de estreno El Perfume)-, destacan, de manera brillante, entre la mediocridad de un producto vacío aunque dotado de un final digno y cargado de buenas intenciones.

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