17.7.06

Los herederos de Dertycia

En 1977, Wes Craven, cinco años después de haber debutado como director con La Última Casa a la Izquierda, conseguía uno de los títulos más reputados de la serie B de esa época, Las Colinas Tienen Ojos; un título que, con el paso de los años, se ha convertido en un film de culto para los amantes del fantástico. Siendo ese un film que se amparaba claramente en las constantes y el estilo inculcado por el ya clásico La Matanza de Texas, era de esperar que, al igual que el de Tobe Hooper, las Colinas de Craven tuvieran su propio remake.

Las Colinas Tienen Ojos, versión 2006, está producida por el propio Wes Craven. Alexandre Aja, en esta ocasión, es el hombre que se ha colocado tras la cámara, otorgándole un estilo muy personal al producto. La cinta es ciertamente efectiva, a pesar de ofrecer poca cosa nueva con respecto a la original. Pero tiene fuerza y empaque y, en el fondo, tomando en cuenta su cuidada fotografía y su formal (y casi académica) realización, resulta un trabajo más cuidado, al tiempo que respeta y no desmerece en nada al primero.

La nueva versión sigue siendo fiel a las coordenadas de la serie B, aunque con un presupuesto más holgado que el de la primitiva. Los toques gores que tanta pasión despertaron en su día entre los más acérrimos al género, siguen estando presentes. Alexandre Aja no escatima en escenas sanguinolentas y no se corta en absoluto a la hora de mostrar miembros amputados y cuerpos desgarrados. En ese aspecto resulta igual de válida y escalofriante. Y más teniendo en cuenta que sus numerosas escenas de violencia no están metidas en calzador dentro de la historia, tal y como como suele ocurrir -en la actualidad- en este tipo de producciones. Todas esas escenas tiene un porqué detrás, aparte de acompañar a la perfección el envolvente crescendo narrativo planteado por el director.

El argumento es el mismo que el de la versión del 77. El desierto californiano acoge, en sus calurosas dunas, a una familia que -con su 4x4 y su roulotte- queda encallada accidentalmente en medio de sus áridas colinas. Se trata de esa parte concreta del desierto que, durante los 50 y los 60, fue machacada por el ejército norteamericano para experimentar con explosiones nucleares; esa misma parte en la que aseguran que John Wayne pilló el cáncer que se lo llevó al otro barrio y, al mismo tiempo, la que dotó de extraños poderes destructivos al amigo Bruce Banner (aka Hulk). Allí, rodeados de silenciosas y acechantes colinas, esa familia vivirá uno de los momentos más terribles de su existencia.

Los títulos de crédito con los que se abre la película son una pequeña maravilla. Densos, impactantes y crudos. Da la impresión que, para confeccionarlos, se hayan inspirado en The Atomic Cafe, ese documental de culto que tan bien describió el amigo Absence desde su blog. Explosiones nucleares, de todo tipo y tamaño, alternadas con imágenes de humanos y fetos con malformaciones genéticas, son el principal leit motiv de esos créditos. Una manera inteligente de explicar, con cuatro rasgos bien montados e insertados, el porqué de todo cuanto acontecerá en el film. Tan sólo por ese fabuloso inicio vale la pena darle un vistazo a un remake digno y, repito, mejor acabado que el original de Craven en ciertos aspectos.

De todos modos querría citar que hecho en falta a Dertycia and family, ese grupo de criminales monstruosos con que nos obsequió el título primitivo. Aunque, la verdad sea dicha, los sustitutos frikis del amigo Dertycia y sus colegas no desmejoran en nada al producto original. Éstos también tienen tela. Y, sin ir más lejos, entre esos caretos deformes que aparecen en pantalla, podrán adivinar ciertas semejanzas con John Voight y Mick Jagger.

No les cuento más. Dejo que la disfruten y la sufran a partes iguales, pues el clima de tensión que crea el tal Aja no es moco de pavo. Y atención, ante todo, a las escenas que transcurren en un pueblo abandonado, construido especialmente en los 50 para realizar las citadas pruebas nucleares y habitado, en su mayor parte, por numerosos maniquíes. Allí, el suspense está garantizado al cien por cien.

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