6.2.06

Celos, raviolis y boxeo

No es una película que haya marcado una época. Tampoco se trata de una comedia innovadora. Pero, a pesar de ello, Mi Desconfiada Esposa es un film elegante, divertido y que, aún hoy en día, sigue conservándose con la misma frescura original.

Vincente Minnelli, su director, era todo un especialista en melodramas y musicales. Algunos, de manera errónea, dirán que su cine resultaba un tanto kitsch y desfasado. Mentira, pues sus películas poseían una personalidad propia; un sello exclusivo que pocos cineastas jamás podrán impregnar a sus productos. Sorprendente en su particular tratamiento del color, Minnelli destacó casi siempre por un (maravilloso) abuso de tonos rojizos y chillones, una constante ésta que utilizó en la mayoría de las películas que rodara en Technicolor, no siendo ajeno a esta técnica en Mi Desconfiada Esposa, una de las pocas incursiones del director en el género de la comedia como tal.

Se trata de un film de enredos, confusiones y malentendidos en el que, en varias ocasiones, rompe con el estandarizado punto de vista del narrador, ya que son cinco los personajes encargados de contarnos cuanto ocurre en pantalla: un periodista deportivo; una diseñadora de modas; un director teatral, una corista fogosa y un boxeador sonado. Todos ellos se han visto envueltos, de una manera u otra, en un asunto en el que se mezclan los peligros provocados por los arrebatos de una esposa celosa y las amenazas violentas de un gángster metido en el mundo del pugilismo. Ello le sirve, al mismo tiempo, para dar dos visiones totalmente distintas sobre el citado deporte: el hombre lo ve como algo rudo y distinguido, mientras que la mujer lo intuye como una salvajada inexplicable (mediante un genial plano en el que los espectadores de primera fila, situados frente al cuadrilátero, salvan de sus rostros, con la ayuda de un diario, la sangre que salpican los pugilistas).

El film de Minnelli se ampara en un milimetrado guión de George Wells. En éste se combinan hábilmente sus inteligentes y chispeantes diálogos con los gags puramente visuales, consiguiendo con ello un par o tres de momentos inolvidables, como esa delirante escena que transcurre en un lujoso restaurante italiano y en la que un suculento plato de raviolis se convierte en inesperado protagonista. Escenas a las que, sin lugar a dudas, ayuda la presencia de un insólito Gregory Peck; un Gregory Peck que, en esa ocasión, se disfrazó de Cary Grant. Para ello recurrió a las múltiples muecas y a la manera de moverse del actor inglés, consiguiendo una interpretación brillante, divertida y menos histriónica que la del original imitado. Por muchas desgracias a las que se enfrente y por muy patoso que se muestre, el cronista deportivo Mike Hagen -su personaje-, nunca pierde la compostura ni la elegancia. Y ya me dirán ustedes..., ¿quién no puede ser el hombre más distinguido del mundo contando con una partenaire como la bellísima Lauren Bacall?

Y, con un breve pero intenso papel, destacando sobre todo el casting, la presencia de Mickey Shaugnessy, toda una institución entre los secundarios norteamericanos. En Mi Desconfiada Esposa da vida a Maxie Stultz, un boxeador sonado que tendrá que convertirse en el guardaespaldas de un atolondrado Peck. Un personaje único, delirantemente gracioso y que, sin lugar a dudas, junto con la justa ración de raviolis, dotó de una identidad única al film.

Minnelli, que en esa época retomaba de nuevo la comedia tras El Padre de la Novia y su posterior e irregular secuela, supo impregnar de nervio y vigor a toda la cinta. Fiel a su estilo, ni siquiera tuvo que renunciar a ese glamour especial que rezumaban todos sus productos. Un glamour que, sin lugar a dudas, supo recoger a la perfección Blake Edwards en la mayoría de sus títulos, empezando por la siempre bien ponderada y excelente Desayuno con Diamantes.

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