20.10.05

Putas, quinquis y pasteleros

Ramón de España es un tipo que siempre me ha caído bien. En todo momento, su postura provocadora, insolente y coñona, me ha resultado muy atrayente. Y más desde que lo conocí personalmente, hace algún tiempo, cuando él aún frecuentaba el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges. Hace un par de años, unos meses antes de que se estrenara su ópera prima como director, me concedió una larga y divertida entrevista para una publicación mensual ya desaparecida. El hombre disfrutaba hablando de su película y, con esa alegría que denotaba por su criatura cinematográfica, me contagió las ganas por verla.

Finalmente, ésta se estrenó y, desafortunadamente, pasó sin pena ni gloria por las pantallas españolas. Quizás fuera por culpa de su pésimo y poco atractivo título, Haz Conmigo Lo Que Quieras, pero la cuestión es que desapareció de la cartelera en menos que canta un gallo. Y un servidor, ansioso por conocer el trabajo del reputado periodista, se quedó con las ganas de visionarla.

Ayer, gracias a Canal +, pude descubrir finalmente que había tras ese título tan espantoso que, por lo que parece ser, fue debido a una imposición de la productora. La película se inspira lejanamente en una de esas noticias pequeñitas que aparecen, a diario, en los periódicos y que, en el fondo, forman parte de la sustancia más agridulce, macabra y cutre de nuestro país. Para entendernos (y desde el punto de vista más cinéfilo), el film de Ramón de España habla de un caso con ciertos paralelismos con la historia que Fernando Fernán Gómez plasmó en una de sus obras maestras, El Extraño Viaje.

Putas, delincuentes, vividores, estafadores, criminales, detectives y pasteleros son algunos de los personajes que dan cuerpo a Haz Conmigo Lo Que Quieras. La calentura de un viudo solitario y pueblerino, las triquiñuelas de una joven muchacha dispuesta a vivir gracias a la segura rentabilidad de su sexo y las memeces de un tipo peleón, expulsado de la Legión, enamoradizo y que se gana la vida persiguiendo a morosos disfrazado de conejo, son los principales ejes sobre los que se mueve el film.

Hay que reconocer que, por tratarse de una primera película, Ramón de España consigue una parte inicial muy atractiva. Presenta a todos sus protagonistas y los define a la perfección, con sólo cuatro trazos. Prepara los ingredientes a conciencia y dispone al espectador para que, cuando estos empiecen a mezclarse, pueda ocurrir de todo. Habla de la España cañí y más callejera y, al mismo tiempo, deja bien claro que, entre esos personajes cutrones y la gente “más normal” (entre comillas), hay una distancia mínima, igual que entre el modo de vida en un pequeño pueblo o el de una gran ciudad (Vilassar de Mar y Barcelona, en este caso, los dos enclaves geográficos del film). Decantarse a un lado u a otro es cuestión de milímetros. O de unos pocos kilómetros.

La cinta está narrada bajo el punto de vista de la comedia. Su humor es cínico, ácido y negro. Podría ser mucho más negro y haber apostado por el gran guiñol, una de las características que, en parte, definió la cinematografía de nuestro país durante muchos años (como ejemplo la citada El Extraño Viaje y la excelente La Semana del Asesino de Eloy de la Iglesia). Pero es en este punto que -precisamente cuando tendría que haber optado por la óptica más macabra y brutal-, Ramón de España se queda un tanto anquilosado y opta por suavizar su parte final. El enfant terrible de la prensa española demuestra no ser tan terrible y decide enseñarnos su aspecto más plácido y bonachón. Por suerte, no hay moralina, pero no entra a saco como hubiera debido y, de manera equívoca, evita caer en la tragicomedia que esperaba el espectador. Se muestra demasiado benévolo con sus personajes principales (ante todo con el personaje del ex legionario) e incluso, a algunos de ellos, les ofrece una salida beneplácita para purgar sus pecados.

Como debut cinematográfico no está mal. Una comedia amable a la que, sin embargo, le falta un pelín de mala leche. El film se puede ver, sin ser una gran obra. La cinta tiene gracia y, a pesar de mostrar algunos pasajes durillos pero necesarios (como todo lo que hace referencia a una prostituta vieja y yonqui) posee, al mismo tiempo, la virtud de contar con un buen plantel de actores, de los que destacaría, ante todo, a su pareja principal: Alberto San Juan (magnífico como quincorro tontainas) e Ingrid Rubio (maravillosa en su papel de trepa), por no hablar de la profesionalidad de alguien como el gran Emilio Gutiérrez Caba.

Se nota que el realizador mimó a sus actores. Y posiblemente ésto fuera debido al cariño que cogió a sus personajes hace tiempo, pues parió a los mismos cuando escribió la novela en la que se basa. Y vivir con ellos tanto tiempo hace que después uno se muestre encantador con éstos.

No hay comentarios: