16.8.05

Un chute de Botox

El pasado domingo TV3 (Televisió de Catalunya) emitió el final de la segunda temporada de Nip/Tuck. Y, después de haberla seguido íntegra desde sus inicios, les puedo asegurar que se trata de una serie espléndida.

Claramente deudora de A Dos Metros Bajo Tierra y del largometraje American Beauty, Nip/Tuck se centra en la relación laboral y de amistad que viven los dos socios titulares de un prestigioso centro de cirugía plástica en Miami. Se trata de los doctores Sean McNamara y Christian Troy. El primero está casado con una mujer atractiva, Julia, con la cual tiene dos hijos, Matt y Annie. El segundo, Christian, es un hombre solitario y mujeriego. Padrino del joven Matt, sufre en silencio su adicción al sexo y, junto con la esposa de su socio, Julia, guarda un secreto que tan sólo conocen los dos, pues el descubrimiento de éste podría provocar una grave crisis en la familia McNamara.

Éste es el eje central sobre el que giran las dos primeras temporadas. La cirugía es una excusa como otra para entrar a saco en los sentimientos más íntimos de ese círculo de personajes. En lugar de cirujanos podrían haber sido mecánicos de un taller de coches, pero es de suponer que todas las intervenciones quirúrgicas (un tanto gores) que se muestran en cada capítulo, ayudan, en parte, a potenciar ese punto de acidez que conlleva el espíritu de la serie.

En Nip/Tuck se habla un poco de todo. Y bien. Sin tapujos. Para empezar se centra en la estereotipada (y real) crisis de los cuarenta y, desde ésta, se desvía, episodio a episodio, hacia otros derroteros: el incesto, la prostitución, el adulterio, la transexualidad, las drogas y la eutanasia, por ejemplo, son algunos de los temas que se han tratado. Y sexo, mucho sexo. Sin superficialidades ni moralinas. Tal cual. Directo al grano. Algunos de los capítulos de Nip/Tuck se asemejan a un estruendoso mazazo en la frente. Pero, por suerte, se ven suavizados por un sutil y celebrado toque de humor. Humor negro y un tanto cínico, pero humor al fin y al cabo.

Tras la ampulosidad de la consulta médica de los dos socios o del lujo de sus domicilios particulares, se esconde un maremágnum de estrés y rencores que atemorizan al más pintado. Nada es lo que parece. La felicidad que aparentan ante sus pacientes es una terapia como otra. La amistad de los dos galenos tambalea en cada uno de los episodios. El matrimonio de Sean está a punto de quebrarse y mientras, el hijo de éste, tontea y experimenta a ciegas con el sexo, al igual que su promiscuo padrino.

Tras esos personajes están los actores. Magníficos. Del primero al último. Cada uno de ellos aporta su propio grano de arena a sus respectivos papeles, otorgándoles a estos una personalidad única que, además, está perfectamente definida por un ingenioso equipo de guionistas. Dylan Walsh y Julian McMahon son los dos plásticos, mientras que una maravillosa Joely Richardson da vida a la mujer del primero. Y como invitados, en algunos episodios, gente de la categoría de Vanessa Redgrave, Famke Janssen o Alec Baldwin, entre otros muchos.

Si no la ha visto nunca, espere que su cadena autonómica la estrene. O, en el peor de los casos, recurra a su próxima edición en DVD. A pesar de su crudeza narrativa, vale la pena. Y más teniendo en cuanta que está realizada en un país tan moralista como los EE.UU. y destinada al medio televisivo.

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