18.8.05

Basin City

El artefacto explosivo ya está en marcha. Y no es precisamente un artefacto de relojería. Se trata de Sin City, la película del momento. El sobrevalorado Robert Rodríguez y el guionista y dibujante de cómics Frank Miller, junto con la colaboración de Quentin Tarantino (acreditado en el film como special guest director), han unido sus fuerzas para ofrecer uno de los productos más innovadores de esta década.

Basada en la homónima serie de cómics publicada por Miller, lo mejor y más atractivo de esta película se encuentra en su mayúsculo tratamiento visual que, en todo momento, respeta las viñetas de los tebeos originales. Un experimento loable con ciertos antecedentes, pues con una estética similar ya se habían realizado varios vídeo-clips musicales en los años 80 y algún que otro cortometraje.

Es innegable que el tratamiento de la fotografía, amparada por la fuerza del blanco y negro (con ciertos matices coloreados) y el uso correcto de la informática, le dan un estilo particular y totalmente original al film tripartito. El cine negro reconvertido en un holograma postmoderno y un tanto alucinante y, en definitiva, lo mejor de la película, siendo capaz, al mismo tiempo, de retratar a la perfección la atmósfera de una ciudad corrupta y sucia como la de Basin City. Una urbe atemporal, en la que los coches de los años cincuenta conviven con los deportivos y los móviles de última generación.

Sin City está narrada en cuatro partes diferenciadas. Tres, para ser más exacto, ya el prólogo y el epílogo son puramente anecdóticos. Tres historias que transcurren en la putrefacta ciudad de Basin y que, al igual que hizo Tarantino con Pulp Fiction, intentan estar entrecruzadas. O sea, una especie de film circular que, sin embargo, va ensartando dichas narraciones de manera un tanto dispersa y frívola. Vaya, que los tres relatos (o cuatro, como ustedes deseen), acaban cuadrando por narices, de manera forzada.

Irregular en sus historias, resaltan, ante todo, las protagonizadas por Bruce Willis y un recuperado Mickey Rourke. Dos personajes quemados, situados cada uno de ellos a distintos lados de la ley. A su modo, llevarán a cabo una cruenta venganza. Y lo de Rourke, maquillado perfectamente como oscuro héroe de cómic sombrío, tiene su coña, pues el tipo no deja de interpretarse a sí mismo al representar a un perdedor por excelencia y al que su propia vida y su pellejo le importan muy poco. Lo mismo le ocurre a Hartigan, el enfermizo policía al que da vida Willis. Ambos sólo actúan por impulso, para saldar una cuenta que les atormenta, siendo los dos conscientes de tener muy pocas posibilidades de ganar.

El episodio central, en el que Clive Owen toma el papel protagónico, es quizás el más plomizo del espectáculo. A pesar de su acelerado ritmo, se me antoja absolutamente plúmbeo. Poco me importan las violentas luchas en las que se ven mezclados un grupo de prostitutas independientes, las mafias de la ciudad y la propia policía. Todo suena a hueco, demasiado infantil y pasado de rosca. Muy básico en su narrativa. Al estilo de “ahora te mato con una bomba y, si no mueres, te remato a balazos”. Como escrito por un niño perverso de aquellos que se dedican a cortar la cola a las lagartijas. Excesivamente pueril y abusivo. Eso sí, las tías que salen en esa historieta están de rechupete. Atención a la Rosario Dawson. Tela marinera. Tumba de espaldas.

A pesar de los pesares, Sin City resulta un film a tener en cuenta, sobre todo por su imaginería visual. La originalidad, en ese aspecto, es indiscutible. Hay que pulir asperezas y limar un sinfín de cabos sueltos. A mi parecer, el argumento general es demasiado básico, lo cual choca de manera peligrosa con esa obsesión por definir personajes atrapados y recrearse luego en situaciones crudas resueltas de manera ingenua. Abusa demasiado de cargantes voces en off, una trampa un tanto facilona para sustituir los cuadros explicativos de cómic original. El cine no necesita de tanta palabrería para expresarse. Una imagen vale más que mil palabras. Y, en este caso, sobran demasiados vocablos; a veces innecesarios y, en la mayoría de ocasiones, siguiendo el mismo espíritu insubstancial que domina todo el argumento.

Si al pobre Mankiewicz, sin razón alguna, le llegaron a tachar de hacer literatura en lugar de cine... ¿qué dirán de Rodríguez y Cía por mucha imagen sorprendente que hayan volcado en su trabajo?

Deseo, para mi salud mental, que no se inicie una abusiva corriente de films similares en los próximos años. Sin City puede abrir puertas a nuevos cineastas. Y ello es necesario. Pero de todas maneras, espero que las abran con precaución.

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