25.7.05

1.000 caras y una sola vida

No es de extrañar que una excelente película como Llámame Peter, realizada directamente para la televisión, haya acabado estrenándose en salas comerciales. Les puedo asegurar que, en lo que llevamos de años, pocos productos cinematográficos tienen la alta calidad de éste, por no hablar de su excelente y brillante guión.

Su director, Stephen Hopkins, con éste film ha conseguido, al mismo tiempo, el título más estimulante de su carrera, la cual, hasta el momento y moviéndose entre el cine y la tele, estaba plagada de irregulares producciones que, de todos modos, rezumaban cierta corrección estética. No en vano fue el realizador de la mayoría de episodios de la primera temporada de 24 Horas, la única ciertamente aprovechable de una agónica serie que se está ahogando en sus propios vicios.

Llámame Peter significa, ni más ni menos, un repaso biográfico a la polémica vida personal de Peter Sellers, tal y como índica su título original, The Life and Death of Peter Sellers. Un nuevo biopic que, al igual que hizo Irwin Winkler con Coler Porter en De-Lovely, es capaz de huir de la monotonía y falsedad habituales del genero para ofrecernos una historia bien tramada que retrata, con bastante profundidad, los demonios interiores del gran cómico británico que nos abandonó a los 54 años de edad.

Plasma el eterno síndrome de Peter Pan con el que Sellers cargó hasta su propia muerte: l’enfant terrible; el niño mimado; la criatura indomable, siempre el obligatorio centro de atención. Hurga en las heridas más profundas del actor, destapando el complejo de Edipo creado por una madre absorbente, capaz de castrar emotivamente tanto a su hijo como a su propio marido. Habla sus relaciones con las mujeres, de sus diversos matrimonios y de su frustrada conexión con Sophia Loren, la cual marcó sus posteriores aventuras amorosas. Deja bien claro que Sellers era un tipo frustrado, no contento consigo mismo en ningún aspecto, volcando su ira y destemple interior con todos aquellos que le rodeaban, empezando por sus propios hijos. Odiaba su físico y su inseguridad personal, siempre dependiendo de sus esposas o de los directores que más influyeron en él, a los que no dudaba ni un segundo a la hora de sustituirlos por la omnipresente presencia de su progenitora.

Y todo ello contado de manera original, mezclando la vida privada de Sellers con la profesional. Nos descubre que vivía a través a sus múltiples personajes, de aquellos que le hicieron millonario desde la gran pantalla. Clouseau o Strangelove, por ejemplo, estaban por encima de él. Se alimentaba vitalmente de ellos, pues Peter era vacío e intransigente Y por eso mismo los detestaba.

La Pantera Rosa y sus secuelas, Teléfono Rojo, Casino Royale y Bienvenido Mister Chance son algunos de los títulos en los que Llámame Peter hace especial hincapié. Otros, sin citarlos aparentemente, son homenajeados de manera sutil y brillante, como ocurre en el caso de El Guateque. Y Hopkins, a través del inteligente guión de Christopher Markus y Stephen McFeely, se apoya visualmente en la estética sesentera y particular de aquellos entrañables films y que, en realidad, eran un claro reflejo de una época. En este aspecto, vale la pena resaltar sus atractivos títulos de crédito iniciales, con el What’s New Puissycat de Bacharach y la voz de Tom Jones, atronando sobre una animación que nos devuelve a los años en los que La Pantera Rosa reinaba en el mundo del cine.

Olvida ciertos episodios en el tintero, como ocurre en el caso de sus dos últimos matrimonios. Otros no aparecen, pero se dejan intuir perfectamente, como la sincronía del actor con la etapa más psicodélica de The Beatles. Y acaba centrándose, finalmente, en la obsesión por dar vida a Chance Gardiner en Bienvenido Mister Chance, indudablemente una de las mejores interpretaciones de su carrera y que, en parte, puso el broche final a una vida atormentada y enfermiza.

Y al frente de todo ello un magnífico Geoffrey Rush. Ni el propio Peter Sellers lo habría hecho mejor. Rush está increíble, mostrándose en todo momento camaleónico. Se adapta a la perfección a las múltiples etapas físicas y psíquicas del cómico, sin caer jamás en la sobreactuación. Sellers-Rush, Rush-Sellers. O sea, Peter Sellers.

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