13.5.05

Star Wars II: El lado dubitativo de un tipo atormentado

En El Ataque de los Clones, Lucas empezó a trazar un poco la parte más sombría de Anakin Skywalker, al mostrarlo como un ser iracundo y vengativo incapaz de controlar su rabia. Todo un verdadero problema para el temple de un Caballero Jedi. Y en ese conciso retrato de la dualidad que lleva consigo ese personaje, junto con la plasmación del confuso sentimiento de adoración y odio que siente hacia Obi-Wan, su maestro, es en donde mejor funciona la película. Una película bastante irregular, e incluso un tanto aburrida, que sólo logra brillar en momentos muy concretos.

Uno de los grandes problemas de esta segunda entrega se encuentra en su parte inicial, pues le cuesta muchísimo arrancar y, cuando lo consigue, lo hace a trompicones, sin un ápice de originalidad e incluso copiando, descaradamente, una de las escenas más celebradas del Minority Report de Spielberg, esa en la que Cruise, huyendo de la policía, va saltando de coche flotante en coche flotante. Pero Lucas va más allá y la filma de manera más espectacular, a lo grande, recurriendo al mismo tiempo a una escenografía urbana casi paralela a la utilizada por Ridley Scott en Blade Runner.

Acostumbrado a homenajear a grandes títulos de la historia del cine, tal y como ha ido haciendo a lo largo y ancho de toda la saga, en El Ataque de los Clones tampoco podían faltar este tipo de guiños. Si en La Amenaza Fantasma, la película rememorada fue Ben-Hur, en ésta apuesta por Quo Vadis, un péplum mucho más cutrón que el de Wyler en el que había una memorable escena, en la arena de un circo romano, lugar en donde Robert Taylor luchaba desaforadamente con un león de felpa: Obi-Wan Kenobi, Anakin y Padmé Amidala sustituyen a Taylor, mientras que el inocente felino es sustituido, gracias a las artes digitales de Lucas, por varios monstruos a cuál más feroz. Y que conste que, con lo de Quo Vadis, quiero lanzarle un cable al realizador, pues no querría pensar que, en lugar de a este film, había recurrido a la facilidad más acomodaticia de ampararse en el reciente éxito comercial de Gladiator… Aunque todo podría ser.

Una trepidante lucha entre el entrañable Yoda y un villano sacado un poco de la manga (el conde Dooku, interpretado por Christopher Lee) y ciertas referencias al futuro ya conocido de sus protagonistas (el brazo amputado de Darth Wader o el trauma infantil de Boba Fett, entre otros), compensan, en parte, la flojedad de un guión un tanto torpe y lleno de pasajes nimios, como todos aquellos en los que la cámara presta una desmedida atención al romance vivido entre Anakin y Padmé. Nunca he sabido si se trataba de otro guiño o no, pero hay un momento horrorosamente cursi, filmado en una inmensa pradera y con un movimiento cenital de acercamiento hacia Natalie Portman, en la que la imagen de ésta, corriendo sobre la hierba y con los brazos abiertos de par en par, me hizo pensar irremediablemente en Maria von Trapp, la Julie Andrews de Sonrisas y Lágrimas.

El morro de su realizador, productor, guionista y negociante (sobre todo esto último) asoma, a lo largo del metraje, en varias ocasiones. Concretamente en una escena de acción, metida con calzador dentro del engranaje de la historia, que transcurre en una gigantesca cadena de montaje automatizada y en la que la pareja de amantes, junto con R2-D2 y un básico C-3pO, han de salvar multitud de obstáculos y peligros. Muy trepidante y divertida, sí, todo lo que ustedes quieran, pero tras ella sólo existe un único cometido: poder poner a la venta, basándose en ella y paralelamente al estreno del film, un vídeo-juego de esos de ir salvando pantallas. Está claro que sin la escenita de marras, El Ataque de los Clones habría cumplido igualmente con su misión, pero con ésta incluida logró aumentar el tamaño de las arcas (no precisamente perdidas) de su multimillonario director.

Por otra parte y para alegría de muchos, el insoportable muñecote del Jar Jar desapareció casi por completo, quedando en esta entrega tan sólo como una mera colaboración testimonial, sin importancia alguna dentro del relato. Una decisión tomada, a buen seguro, por el propio Lucas después de sondear la mala acogida general que tuvo ese animalillo. Y mientras en el título anterior había un personaje con entidad suficiente para llenar él solito toda la pantalla, como ocurría con el Qui-Gon interpretado por un mayestático Liam Neeson, en éste se encuentra a faltar una presencia similar, ya que el esforzado Ewan McGregor no acaba de sacar adelante el fuerte peso que le supone el emblemático Obi-Wan Kenobi.

Al contrario que la segunda parte de la primera trilogía (la interesante El Imperio Contraataca), El Ataque de los Clones no deja de ser un film puente, sin muchas novedades que ofrecer. A mí parecer, se trata de una de las peores entregas de la serie, junto con El Retorno del Jedi, y que sólo ha servido como una especie de aperitivo en espera de su nueva y última (por el momento) entrega, la que se estrenará el próximo viernes.

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