22.10.04

Cricket y pasos de baile... ¡Esto es Bollywood!

No hay nada como estar encerrado en casa para poder enfrentarse a películas de esas que, posiblemente, sin tanto tiempo libre, sería imposible de visionar. Es por esa razón y también, porqué negarlo, para conocer de una vez por todas un estilo cinematográfico, por la que ayer decidí enfrentarme a Laggan :Érase una Vez en la India, un largo título de tres horas y media (sí, han leído bien, 240 minutos de nada) que, según cuentan algunos gurús, es de lo mejorcito (que ya es decir) dentro de eso que se ha dado en llamar el cine made in Bollywood. O sea, el cine producido desde la India.

Y Lagaan es un buen ejemplo de todas sus constantes y tópicos, ya que parece ser que el público hindú es muy exigente (o rarito, diría yo) a la hora de aceptar una película. Consideran que por el precio de una entrada tienen derecho a un poco de todo en el mismo título, un collage, vaya. O sea, lo quieren todo junto y apretujado en el mismo pack: una historia de amor, aventura, misterio, comedia, deportes y, a poder ser, aliñado con varios números musicales. Si no es así, parece importarles muy poco lo que les pueda aportar otro tipo de cine. Y Lagaan, como he dicho, tiene todos esos ingredientes. Y más, pues en este caso, incluso intenta hacer un poco de historia, mostrándo el (teórico) nacimiento del cricket en ese país, uno de los deportes nacionales de la India desde hace muchos años. Todo ello, claro está, entre canciones y coreografías metidas con calzador. Estoy de acuerdo en que todo ello puede ser un disparate, pero si a ellos les gusta, ningún problema por mi parte, allá ellos con su invento. Dicen que sobre gustos, no hay colores. Pero aquí, en Lagaan al menos, de colores, haberlos, hay los. Y muchos, ya que, indudablemente, es otra de las cosas que encanta al público hindú: una fotografía colorista y cantarina, cuanto más chillona, mejor.

La película en cuestión está ambientada en 1893 y tiene como protagonistas a los agricultores y ganaderos de la pequeña aldea de Champanar, los cuales, como cada año, tendrán que entregar el lagaan a su Rajá. O sea, la mitad de la cosecha de todo el año en concepto de impuesto. Y el Rajá, a su vez, cederá la mitad del lagaan recibido a la colonia militar británica más cercana. El problema para los vecinos de Champanar es que su cosecha ha sido mínima, debido a la falta de lluvias por culpa de un monzón que parece no llegar nunca. Además, para complicarles un poco más la existencia, una afrenta entre el joven e impulsivo Bhuvan, vecino del lugar, y el Capitán Andrew Russell, el perverso oficial al mando de la colinia británica, que terminará en una peliaguda apuesta que afectaría sobremanera a todo el pueblo en caso de perderla.

La apuesta no es otra que una interminable partida de cricket entre los militares ingleses y los aldeanos de Champanar, una gente que en su vida había visto ese deporte y que, en un tiempo mínimo de tres meses, tendrán que convertirse en verdaderos profesionales del mismo. En realidad se están jugando la comida de todo el pueblo. O sea, la entrega de tres lagaans a su Rajá (en lugar de uno), en caso de perder en el campo de juego. Si salen ganadores, por el contrario, se beneficiarán del beneplácito de no sufrir los reveses de ese impuesto durante tres años consecutivos. Alea Jacta Est.


El peculiar equipo de cricket de Champanar

Pues esa es la intriga de la película. Una intriga tan simplona como todo el planteamiento de la misma. Todo en ella es muy básico, pero, no voy a negarlo, en el fondo (y mirándola con buenos ojos), entretenida. Y digo entretenida porque en la cinta hay de todo un poco. Desde triángulos amorosos hasta toques de comedia clásica, de esas que nos recuerdan (salvando mucho las distancias) al cine de Frank Capra, en las que una comunidad de vecinos acababa arreglando un grave descalabro de manera casi milagrosa, en donde hay buenos muy buenos y malos muy malos. El problema es que aquí no están ni James Stewart ni Gary Cooper y, en el momento más impensado, dejan de hacer de labriegos o de entrenar con el bate para meterse a cantar y a bailar por esos montes de Dios. Y lo hacen, a finales del siglo XIX, a ritmo de funky, que eso si que es alucinar de lo lindo. Un funky extraño, como si George Harrison y Ravi Shankar se hubieran trastocado (más de lo normal) y a sus músicas les hubieran impregnado toques discotequeros setentones, a lo Saturday Night Fever, con pequeñas pinceladas de Greese. Vaya, eso que los cuatro expertos reseñados anteriormente han dado en llamar el Bollywood-Funk. Y, la verdad, créanme, resulta patético ver al pastorcillo de turno, montado en el carro tirado por un par de bueyes, danzando como un poseso, mientras la campesina pizpireta le dedica cuatro pasitos milimetrados para demostrarle su amor. Eso sí, en la danza aún se defienden, hay al menos un par de coreografías atractivas, aunque en eso del playback, aún lo tienen muy crudo. Parecen un muñeco de ventrílocuo a destiempo, del primero al último danzarín. Pero, repito, si a ellos les gusta... pues para ellos el montaje del Bollywood éste.

No hay que negar que su factura visual, su look, es impecable. La película, en ese aspecto, está cuidada. Ni nuestro Antoni Ribas llegará jamás a planificar tan bien una escena como ellos. Técnicamente lo tienen claro. Argumentalmente, no mucho. Y si nos ponemos a medir el tiempo narrativo, eso ya es la hostia, con perdón. Una película de tres horas y media ya es difícil. Casi siempre. A pesar de ello, sus dos primeras horas resultan curiosas, por su exotismo y la sorpresa inicial, ya que su historia es como de colegio de párvulos. Pero cuidado, señores, que su hora y media restante... agárrense... ¡es el interminable partido de cricket!, ¡casi enterito a palo seco!, ¡e intentando darle emoción, sin un número musical de esos ridículos en medio para desengrasar! ¿Cómo narices nos va a motivar a los españoles eso del cricket, que ni siquiera conocemos ni nos interesan sus reglas?

Ya no podré decir que desconozco Bollywood. Tres horas y media de mi vida dedicada a él. Todo un honor. Tanto honor que les juro que he escrito este post mientras cantaba y bailaba sobre la torre del PC, mientras mi mujer, desde la cocina, me hacía los coros. Los vecinos no acaban de entender que está ocurriendo en nuestra casa.


Los aldeanos van de marcha

No hay comentarios: